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En términos generales, la monarquía va para abajo, ya nadie cree en el origen divino del poder de los reyes, cada vez hay menos monarquías. Las revoluciones y las guerras acabaron con la francesa, la italiana, la alemana, la china y tantas más. Y, sin embargo...tienen en su haber las monarquías méritos enormes en el siglo XIX y en el XX. En Inglaterra la monarquía, bajo Isabel, pese a la pérdida del Imperio, logró mantener una conciencia de normalidad, de tranquilo poderío. Representaba, simplemente, a Inglaterra. Superaba las incidencias de Mrs. Simpson, de aquel matrimonio superpoblado de Carlos y Diana. Del choque de la tradición con lo simplemente humano. Hoy Carlos y Camila disimulan exquisitamente su impaciencia, se acomodan a los tiempos dando su imagen a Porcelanosa y siguen siendo lo de siempre. Isabel puede lucir sus sombreritos y sus trapos victorianos, hacer ascos al ajo y el gazpacho, pero significa «aquí estamos», «aquí está lo de siempre, no se preocupen, no se alteren, no teman a espectáculos extraños».
Da la impresión de que nada nuevo sucederá, la jefatura del Estado no será el lugar de un nuevo enfrentamiento político, de tensiones, de riesgo. Y al lado de la monarquía, que es más fuerte que sus eventuales incidencias, están la bandera y el Ejército y la Navy. Quizá disminuidos, pero nadie se da cuenta. Es sólida la monarquía inglesa, es una roca al lado de repúblicas que, en el mejor de los casos, tratan de ser algo así como monarquías a plazo fijo, otras veces mucho menos. Ahora se renueva felizmente.
Así son las mejores monarquías: ponen un rostro respetable y amable a ciertos países, eso supera, hace olvidar las frustraciones en el fondo trágicas de la familia real inglesa o de la noruega o de la nuestra, a veces. De Isabel II, gorda y calentorra, rendida a los tenientillos y los generales. ¿Qué iba a hacer? Hay que ponerse en su caso, omito los detalles. Y era buena persona, con buenas intenciones políticas. Poca cosa para los fanáticos. La echaron, claro, y tuvieron que admitir a su hijo. Y perdonar sus pecadillos y los de su hijo y su nieto: más importante era lo que hacían por el país. Cuando los echaban, tenían que repescarlos de nuevo, a ellos o a sus descendientes: a Alfonso XII y a don Juan Carlos.
Daban, repito, una cara digna al país. Aquí Don Juan Carlos lo hizo en un momento peligroso y memorable, en febrero del 81. Yo estaba trabajando en mi despacho, con una colaboradora, en el viejo Centro de Estudios Históricos en Duque de Medinaceli cuando los guardias sublevados nos echaron. Atravesamos a pie un Madrid desierto. Ver al Rey en la televisión nos tranquilizó. Ahora los extranjeros lo buscan cuando quieren algo de España, Zapatero lo busca cuando quiere pedir algo con un rostro menos personal. Algo para España.
Leer más: La monarquía en el siglo XXI http://www.larazon.es/historico/8116-la-monarquia-en-el-siglo-xxi-MLLA_RAZON_372916?sky=Sky-Marzo-20...
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Da la impresión de que nada nuevo sucederá, la jefatura del Estado no será el lugar de un nuevo enfrentamiento político, de tensiones, de riesgo. Y al lado de la monarquía, que es más fuerte que sus eventuales incidencias, están la bandera y el Ejército y la Navy. Quizá disminuidos, pero nadie se da cuenta. Es sólida la monarquía inglesa, es una roca al lado de repúblicas que, en el mejor de los casos, tratan de ser algo así como monarquías a plazo fijo, otras veces mucho menos. Ahora se renueva felizmente.
Así son las mejores monarquías: ponen un rostro respetable y amable a ciertos países, eso supera, hace olvidar las frustraciones en el fondo trágicas de la familia real inglesa o de la noruega o de la nuestra, a veces. De Isabel II, gorda y calentorra, rendida a los tenientillos y los generales. ¿Qué iba a hacer? Hay que ponerse en su caso, omito los detalles. Y era buena persona, con buenas intenciones políticas. Poca cosa para los fanáticos. La echaron, claro, y tuvieron que admitir a su hijo. Y perdonar sus pecadillos y los de su hijo y su nieto: más importante era lo que hacían por el país. Cuando los echaban, tenían que repescarlos de nuevo, a ellos o a sus descendientes: a Alfonso XII y a don Juan Carlos.
Daban, repito, una cara digna al país. Aquí Don Juan Carlos lo hizo en un momento peligroso y memorable, en febrero del 81. Yo estaba trabajando en mi despacho, con una colaboradora, en el viejo Centro de Estudios Históricos en Duque de Medinaceli cuando los guardias sublevados nos echaron. Atravesamos a pie un Madrid desierto. Ver al Rey en la televisión nos tranquilizó. Ahora los extranjeros lo buscan cuando quieren algo de España, Zapatero lo busca cuando quiere pedir algo con un rostro menos personal. Algo para España.
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kimendoza2003:
en resumen xd?
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