Respuestas
Respuesta:
Nace el viejo concepto de que el poder real tiene un origen divino, y será la Iglesia la encargada de señalar esa voluntad divina.
Si bien los trabajos que aquí se publican pueden tener muchas lecturas, a continuación se expone, brevemente, el contenido de los artículos siguiendo la perspectiva arriba expuesta. José David Cortés Guerrero, en "Las discusiones sobre el patronato en Colombia en el siglo XIX", bosqueja en su artículo tres épocas sobre el proceso del patronato en Colombia. La primera, a partir de 1824, cuando la República decidió heredarlo argumentando un derecho inherente a su soberanía. El patronato republicano delineó entonces las relaciones entre el Estado y la Iglesia con respecto a los nombramientos eclesiásticos, la vida de las comunidades religiosas, el diezmo o el fuero eclesiástico. El Presidente debía nombrar los obispos y cuidar las iglesias; sin embargo, el asunto fue ampliamente debatido no sólo por los legisladores sino también en la prensa de la época. El clero de Bogotá también rechazó el patronato republicano. La segunda etapa se caracterizó por las dificultades para la aplicación del mismo, por ejemplo, cuando el arzobispo Mosquera se negó a convocar a concurso para llenar los curatos vacantes en Bogotá..
Estado-Iglesia, considerando que era más importante la libertad de cultos que la continuidad del mismo patronato. Para el presidente Obando, por ejemplo, la independencia de la Iglesia era indispensable, pues la religión no era materia de gobierno sino que obedecía a un derecho individual. En 1853 el patronato republicano desapareció. En la tercera etapa, una vez finalizada la guerra civil de 1859-1862, se formó una Comisión de Negocios Eclesiásticos, en donde se volvió a discutir el regreso del patronato, concluyéndose, sin embargo, que ello conduciría a un concordato con Roma, algo que rechazaron los liberales. Más teniendo en cuenta que el patronato se entendía como una alianza del Estado con el clero que afectaba la soberanía popular. En tal sentido, la Constitución de 1863 ratificó la separación Estado-Iglesia y no retomó el patronato, dejando pendiente el concordato, el cual fue aprobado en 1887. Chile y la Santa Sede (1810-1841)", estudia las diferentes concepciones sobre el patronato que se sostuvieron en Chile a partir de su autonomía de la Monarquía, en 1810. La discusión de fondo que se dio dentro de los gobiernos a partir de la paulatina separación de la Monarquía giró en torno a si era una concesión papal o un atributo soberano. Después de la Independencia, en 1818, el Director Supremo, Bernardo O'Higgins, sostuvo las dos concepciones, según se fortaleciera su autoridad en relación con la Iglesia local
Pero también el Cabildo Eclesiástico de Santiago comprendió que los nombramientos papales exclusivos lo desplazaban del gobierno de la Diócesis, por lo que no reconoció la autoridad del vicario apostólico nombrado por el Papa en 1828, aduciendo que había un obispo exiliado y que correspondía a la Diócesis ser gobernada por un vicario capitular. La controversia duró varios años, llegándose incluso a la situación de que al morir el obispo en el exilio, en 1832, el Cabildo se dispuso a elegir un vicario capitular, lo que fue frenado por el Gobierno, por las consecuencias que tendría en el contexto de las relaciones con la Santa Sede. Finalmente, se encontraron subterfugios legales para afirmar que el Papa procedía con el acuerdo del Gobierno o se retuvieron cláusulas de las bulas episcopales. Roma había recuperado el control del episcopado cedido a los reyes de España más de trescientos años antes, siendo esto una "llave maestra que abría la puerta a la romanización de la Iglesia".
Ignacio Martínez, en "Circulación de noticias e ideas ultramontanas en el Río de la Plata tras la instalación de la primera nunciatura en la América ibérica (1830-1842)", propone estudiar los actores y las circunstancias que construyeron en la Confederación argentina una Iglesia católica en torno a la imagen y la autoridad del Papa en la década de 1830 y principios de la de 1840. El tema se analiza con base en el intercambio epistolar de los presbíteros Mariano José de Escalada y Pedro Ignacio de Castro Barros, y el encargado de negocios de la Santa Sede para las repúblicas españolas, con sede en Río de Janeiro, Domenico Scipione Fabbrini.