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espero que te sirva
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La filosofía moderna en Colombia: una historia bien contada
19La filosofía en Colombia todavía no se recupera de cierta herencia ibérica no moderna y menos aún de la época de la Regeneración y de la neoescolástica impulsada por Carrasquilla, cuando comprometida con el espíritu concordatario de la educación católica era ancilla theologiae en épocas en que esto significaba más apologética que filosofía de la religión. Por lo menos hasta iniciados los años sesenta se practicó no sólo en los seminarios, sino también en las universidades donde la Iglesia influía directa o indirectamente una filosofía neoescolástica con más prejuicios que razones. Se trataba de una concepción más sistemática que hermenéutica de la filosofía: lógica y metafísica, teoría del conocimiento, cosmología, psicología natural y teología racional, ética general y especial, historia de la filosofía, algunos cursos complementarios de humanidades. Pero la orientación sistemática en lugar de beneficiarse del método del análisis fomentaba el memorismo. La historia de la filosofía, más en búsqueda de adversarios que de problemas que abrieran la filosofía a preguntas pertinentes, terminaba por ser un resumen de doctrinas y posiciones, en lugar de llevar a los textos originales. Tampoco la sistemática, así fuera para fortalecer la argumentación desde los textos clásicos de Aristóteles, Agustín, Tomás o Suárez, se apoyaba en las fuentes primarias. Estas eran reemplazadas por textos tradicionales, orientados a consolidar una doctrina considerada la de la filosofía perenne. Se desperdiciaba pues la formación en filología clásica, óptimo instrumento para interpretar las fuentes, ahora más bien al servicio de un discurso alejado del lenguaje y de la problemática filosófica contemporánea. Así no se llegaba ni a Platón, ni al neoplatonismo de San Agustín o de Descartes, ni a Aristóteles, ni al de Tomás, ni siquiera al Tomás de Suárez, sino al intérprete español o romano de toda esa tradición en términos de defensa de un sistema, que ni teórica ni prácticamente era autónomo, sino que estaba al servicio de una doctrina basada en un dogma que determinaba el campo tanto de la teoría como de la práctica. Allí no había lugar para la auténtica discusión, la que se alimenta de la comprensión del oponente por parte del proponente; por el contrario, el proceso de argumentación es disecado en formalismos programados casi rituales, porque su objetivo no es encontrar, mucho menos construir verdades, sino demostrarlas, refutando al oponente. Esto tiene consecuencias graves desde el punto de vista moral. Si a la razón práctica se le niega su uso pragmático, que fue lo que hizo el conservatismo aliado con la Iglesia al desterrar al utilitarismo de la escuela, y también se le niega el uso moral, porque éste es tutelado por el dogma, sólo le queda un sentido subjetivo de responsabilidad, que sin el equilibrio de lo útil, por un lado, y de lo universalizable, por otro, termina por atrincherarse en los moralismos o en las buenas intenciones, sin posibilidades de incidencia razonable en el espacio público de la sociedad y del Estado. La política es entonces demonizada, si no se deja instrumentalizar para los fines de la religión: no queda motivación posible para un actuar público secular y postmetafísico. Entonces no hay que extrañarse de la "pérdida de valores" que nunca fueron tales, sino más bien imposiciones, de las que inclusive parece sano liberarse, si no es que se aparenta respetarlas, para delinquir más tranquilamente en "derecho". El proceso de modernización sorprende a la sociedad colombiana no preparada para construir autónomamente su sentido de ciudadanía, muy distinto del de la tradición de la "ciudad de dios" como ideal terreno.