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Salvatore Roncone -alias Bruno- hombre procedente de Roccasera, en el sur de Italia, es llevado a Milán por su hijo Renato para ser tratado de un cáncer y pasar allí sus últimos días. En el camino descubre una sonrisa indescriptible en una escultura de etruscos y con ella se identifica. Cuando llega a Milán va a despertarse en él una ternura maravillosa hacia su pequeño nieto casualmente llamado Bruno.Al conocerle se representa el choque de dos mundos: el del matrimonio formado por su hijo y Andrea con su pequeño, frente a su mundo campesino. Salvatore siente que debe salvar al niño de lo que representa el mundo moderno y actúa como si aún estuviera en una guerra de las que ha vivido, en la que su meta es llevar a su nieto a Roccasera para que crezca en su mundo. En medio de todo este sinfín de ternura, aparece en su vida Hortensia, quien será su última mujer y con la que descubrirá la parte más bonita del amor y del cariño que nunca ha disfrutado. Todo lo que hay en Milán le parece mal y no es capaz de acostumbrarse a un cambio tan radical, sin embargo su nieto y Hortensia dan sentido a su vida en esta ciudad que odia. Bruno comparte sus historias con un grupo de etnólogos, sale para ver a Hortensia, cuida del pequeño. Su nueva forma de ser y de ver el mundo, producida por el profundísimo cariño que despierta en él Brunettino, le hace sentirse en el clímax de su vida, así como sus deseos de llevar al pequeño a Roccasera y darle la vida que no puede tener en la ciudad. Al final de la trama Bruno decide casarse con Hortensia, la mujer que le acoge y le acompaña en sus locuras. Pero la Rusca, nombre que pone Bruno a la enfermedad que le está matando, puede con él y una noche cuidando de su pequeño nieto le da su último mordisco, tras los gritos de nonno(abuelo) de su nieto una sonrisa se esboza en sus labios por la felicidad, una sonrisa etrusca.