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Respuesta:La Revolución Francesa impuso una profunda revisión de las cuestiones relativas a la violencia colectiva y a la legitimidad de la insurrección contra el poder establecido. El propio concepto de guerra —vinculado hasta entonces a los ejércitos de las monarquías— amplió sus límites, contemplando conflictos protagonizados por ciudadanos-soldados que habían interiorizado el ideario de la confrontación y que combatían con voluntad de extender los principios revolucionarios1. Al mismo tiempo que este vector de cambios iba transformando la sociedad del Antiguo Régimen se reveló también la existencia de importantes fuerzas resistentes al proceso dispuestas a defender su posición, e incluso a reconquistarla, si era posible, en aquel tiempo indefinido en el que se tambaleaban los pilares que hasta entonces habían sostenido el viejo mundo. Será la espiral generada por la acción revolucionaria y las resistencias a la revolución las que harán de la guerra civil una presencia constante en la Europa del siglo XIX2. Contrarrevolución y guerra civil aparecen como dos realidades que andarán de la mano en el marco en aquella Europa donde se fraguaban los cimientos del mundo contemporáneo, porque el proceso revolucionario entraba necesariamente en colisión con intereses muy sólidos vinculados a la pervivencia del Antiguo Régimen3.
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