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Respuesta:El rasgo más original de la visión bíblica de la dignidad del hombre -sostiene el autor- es que ella es vulnerable. Por eso debe ser afirmada, aun en medio del dolor y la injusticia.
En el Antiguo Testamento el hombre ha sido creado "semejante" a Dios, pero esta condición no lo libera de su propia miseria, ni de los atropellos de los injustos, ni de los designios inescrutables de Dios. Somos así, "un puro soplo", "humillados y ofendidos" y la vida misma es "pura vanidad, porque una misma suerte toca a todos". Esto despierta una profunda "indignación". En el libro de Job la conciencia de esta dignidad atropellada linda con el enfrentamiento y la blasfemia. Sólo la experiencia de la revelación de un Dios que está más allá de toda conceptualización hace al hombre comprender y "dejar que Dios sea Dios".
En el Nuevo Testamento el horizonte de esta dignidad se ensancha. Todo hombre es ahora prójimo: el enemigo, el pecador, el pobre. Este no tiene nada, no posee nada fuera de su dignidad de hombre. Cristo se identifica con la porción doliente de la humanidad: gracias al perdón y a la "ternura" de Dios, todo hombre tiene la capacidad de darle a su vida un curso diferente. En esta capacidad de libertad estriba su dignidad. La defensa de esta dignidad es la de aquellos que la tienen vulnerada.
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La digestión en la gente es el proceso por medio de el cual los alimentos y bebidas energéticas se descomponen en sus piezas más pequeñas para que el cuerpo humano logre usarlos como fuente de energía, y para conformar y conservar los tejidos.
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