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Cuenta la leyenda que una vez existieron en las tierras del Kollasuyo dos poderosos Kollasuyosoberanos. Al Norte gobernaba Illampu, quien tenía un hijo, llamado Astro Rojo, que era su orgullo.
El rey del Sur era Illimani, tan poderoso y rico como su vecino. Él también tenía un hijo generoso y caritativo, llamado Rayo de Oro.
Ambos estados, gobernados por sus respectivos soberanos, fueron progresando. Pero un día empezaron a despertarse envidias y ambiciones entre ellos. Illampu pensaba destruir a su rival y le declaró la guerra a Illimani, con el afán de exterminarlo. El resultado fue un sangriento combate en el que resultaron heridos mortalmente ambos soberanos.
Los ejércitos regresaron a su capitales. Illampu, agonizando, pidió ver a su hijo. Astro Rojo, aunque niño aún, reprochó a su padre el haber comenzado una guerra inútil. Al oír esto, su padre se enfureció y obligó a su hijo a jurar que tomaría venganza de su enemigo.boliviano
Aunque Astro Rojo deseaba restablecer la paz entre los dos reinos, tuvo que pronunciar el juramento de venganza.
Mientras esto sucedía en el Imperio del Norte, en la capital del Sur tenían lugar parecidos acontecimientos. Illimani, antes de morir, arrancó a Rayo de Oro el mismo juramento de odio y exterminio.
Ninguno de los jóvenes quería iniciar el ataque. Sin embargo, no hubo más remedio que hacerlo. Rayo de Oro y Astro Rojo pelearon con flecha y honda, como combatieron sus padres… y se hirieron mortalmente. Los dos pequeños, en lugar de maldecirse, pronunciaron palabras de mutuo perdón. En ese momento ambos niños se abrazaron y murieron.
pachamamaEntonces sucedió algo extraordinario. Hubo un sonido aterrador y, abriéndose la tierra, brotó del abismo una figura de mujer. Era la Pachamama, la madre tierra, quien habló:
– Voy a castigar la maldad de vuestros padres.
Y señalando al cielo hizo caer las estrellas que simbolizaban a los soberanos Illimani e Illampu. Ambas se precipitaron sobre la tierra, quedando convertidas en montañas inertes, sin más brillo que su blancura de nieve.
Conmovida por la actitud de los príncipes, les dijo que una vez muertos la luz de sus estrellas, rojo y amarillo, se convertiría en el símbolo de un pueblo que más tarde viviría en esas tierras y tomaría para su bandera esos dos colores y el verde de la esperanza.
Pasó mucho tiempo y sobre esas tierras desiertas y desoladas se encontraban el Illampu y el Illimani, las dos más altas montañas que hoy conocemos. Con el deshiele de sus nieves, lograron fecundizar la tierra que guardaba la tumba de los dos príncipes, donde brotó una verde y enmarañada planta que, cuando llegó la primavera, se cubrió de color rojo y amarillo, formando una flor linda tricolor con el verde de las hojas.