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Sancho nos es más real que muchas criaturas con las que hablamos todos los días. Es indudable que Cervantes, que tan ásperamente se rozó toda su vida con la realidad exterior, tomó de ella rasgos de muchos rústicos; tal vez, aunque no tenemos dato alguno sobre ello, de alguno o algunos de cualquier lugar donde el novelista vivió, o tratados en una venta o en las jornadas de un camino. Todo eso es posible. Pero el Sancho que conocemos, el que se nos mete por el alma, y aun por los ojos, a los lectores del Quijote, es mucho más que todo eso, es un inmenso complejo de refranes, sentencias, agudezas, chistes, cuentecillos, en una palabra, ciencia popular, de carácter tradicional, que en casi todos sus pormenores nos es conocida de otras tierras y de siglos muy anteriores. Toda esa materia que podemos llamar «folklórica» la juntó genialmente Cervantes, la fundió, para crear esa criatura, Sancho, más real que las de carne y hueso. Arte realista es aquel en el que su creador logra infundir en el lector una sensación de realidad que se le mete por el alma y aun por los ojos. Y lo mismo da que el artista tuviera un modelo directo o no: Cervantes concentró, en Sancho, no un ser humano único, sino un mundo de ciencia popular.