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Entre 1948 y 1951, la ayuda financiera de Estados Unidos fue decisiva para la reactivación de la economía europea, inmersa en una dura posguerra
La guerra fría empezó con un cheque de 400 millones de dólares
Así barrió Alemania la economía de Hitler.
Nada más finalizar la Segunda Guerra Mundial, la alianza antifascista entre las democracias occidentales y la URSS de Stalin comenzó a agrietarse. Se habían repartido el mundo por ámbitos de influencia, y Europa quedó dividida en dos bloques. Al oeste, el capitalista. Al este, el comunista. Empezaba un nuevo tipo de enfrentamiento: la Guerra Fría . En un famoso discurso pronunciado en 1946, Winston Churchill , antiguo primer ministro británico, denunció que “un telón de acero” había dividido el Viejo Continente.
Europa pasaba por una situación económica desastrosa. A consecuencia de la guerra, su producción agrícola había disminuido, al igual que sus intercambios comerciales. Mientras tanto, los gobiernos estaban más preocupados en relanzar la industria pesada (siderurgia, carbón...) que en fabricar productos de primera necesidad, con la consiguiente escasez entre la población.
La carestía de alimentos hizo necesario un racionamiento estricto, al tiempo que impulsaba el incremento de los precios. En un contexto marcado por la crisis y el desempleo, no era de extrañar la proliferación del mercado negro ni la extensión de la delincuencia.
¿Dónde obtendrían los europeos los productos que necesitaban, ya fueran víveres, materias primas o maquinaria industrial? Era evidente que solo Estados Unidos podría proporcionárselos. ¿Y después? ¿Cómo pensaban pagarlos? Aquí entraba en juego, otra vez, Washington. Sus créditos permitirían que el Viejo Continente comprara en América todo lo que requería.
Reforzar la democracia
En un marco definido por la pobreza y las privaciones, los partidos comunistas alcanzaban un amplio respaldo electoral. Para las potencias occidentales, evitar este avance se convirtió en una prioridad absoluta.
En marzo de 1947, el presidente norteamericano Harry S. Truman enunció la doctrina que lleva su nombre sobre la contención del comunismo. Estados Unidos, afirmó, debía “tener por norma ayudar a los pueblos libres que se resisten a los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o de presiones externas”. Truman hacía referencia, por ejemplo, a Grecia, inmersa en un conflicto civil entre el gobierno y la guerrilla comunista.
Para garantizar la viabilidad de las democracias occidentales, Estados Unidos puso en funcionamiento un plan de ayuda económica masiva. Su artífice fue el secretario de Estado norteamericano, el general George C. Marshall. En 1947, durante un importante discurso, Marshall declaró que su país iba a hacer todo lo necesario para garantizar la salud económica de Europa, “sin la cual no puede haber ni estabilidad política ni paz asegurada”.
El plan pretendía contribuir a la reconstrucción europea, pero no país por país, sino a través de una ayuda de carácter global. Así fue posible incluir entre los beneficiarios a Alemania, pese a las reticencias de su vecina Francia. A cambio, la Casa Blanca esperaba obtener beneficios políticos, pero también económicos, ya que los europeos protegerían las inversiones estadounidenses.
También la URSS recibió la oferta del Plan Marshall. Esta la rechazó y obligó a sus satélites en Europa del Este a hacer lo mismo. El Kremlim no estaba dispuesto a facilitar a sus rivales norteamericanos información sobre el estado de ninguno de los países bajo su órbita.
Stalin, al parecer, veía en el Plan Marshall una especie de conspiración contra la Unión Soviética. Según el historiador Ronald E. Powaski, de haber aceptado, los rusos habrían corrido el peligro de que los estadounidenses manipularan su economía. Como alternativa, Moscú puso en marcha el llamado Plan Mólotov, origen del COMECON, especie de Mercado Común formado por los países socialistas.