Respuestas
Respuesta: En 1898, hace exactamente cien años, España en el
contexto de una guerra internacional perdió tres de sus
últimos enclaves coloniales: Cuba, Puerto Rico y
Filipinas. Esa pérdida no fue la primera que España
tuvo en el Hemisferio. A comienzos de siglo, uno tras
otro y en el marco de un proceso complejo y ambiguo,
los espacios correspondientes a los Virreinatos de
Nueva España, Perú, Nueva Granada y el Río de la
Plata rompieron igualmente su vinculación colonial con
España, cerrándose de esa manera un proceso
trisecular abierto por Colón, Cortés y Pizarra. Pero
entre uno y otro desenlace hubo, por lo menos, dos
diferencias significativas. Por una parte, las guerras por
la emancipación de comienzos del siglo XIX fueron
fundamentalmente guerras civiles y cuyo estallido fue el
resultado del descoyuntamiento de la cabeza política
del Imperio Español. La crisis de fin de siglo, en
cambio, se dio en el contexto de una guerra colonial,
librada en un escenario internacional, y no la
consecuencia sino el inicio de una profunda crisis
política y social en España1
.
El análisis completo del proceso de emergencia y
crisis del conjunto del Imperio Español requeriría de
varios volúmenes, dada la extensión y la
heterogeneidad de cada una de sus partes. Pero ese
análisis es no obstante necesario si se quiere
singularizar la naturaleza del colapso final de 1898.
Este ensayo, por lo mismo, es una contribución a esa
comprensión, a partir del estudio tanto de los
mecanismos de control utilizados por España, como de
los procesos que provocaron la caducidad de ese
peculiar pacto colonial.
La noción de imperio que España compartía era
entendida como la soberanía absoluta de un solo
individuo, y en ese sentido era claramente tributaria de
la experiencia del Imperio Romano. Empezó con la
unión de Castilla y Aragón, a través del matrimonio de
Isabel y de Fernando en 1469. Mientras que Castilla
contó con una importante economía lanera, Aragón
era potencia en el Mediterráneo, donde ya controlaba
Sicilia y Cerdeña. A partir de esta alianza, nuevas
expansiones territoriales incluyeron el desalojo de los
moros de Granada, la incorporación de Navarra y de
Nàpoles. Sin embargo, la heterogeneidad existente
entre Castilla y Aragón era de tal naturaleza que la
hacía poco propicia a la consolidación de un Estado.
De hecho no se dio ni una moneda ni un sistema legal
y fiscal común, siendo la Inquisición la única institución
unitaria. Se trató más bien, como señala Anthony
Pagden2
, de una confederación de principalidades
vinculadas a través de la persona de un único
soberano.
Con el arribo de Carlos V al control del imperio, su
base territorial se expandió mucho más aún. Al
patrimonio personal de los Habsburgos se añadían
ahora el Franco Condado, Milán y los Países Bajos, en
Europa, mientras que en América eran conquistados
México y el Perú. En términos del gobierno, este
crecimiento del imperio hizo necesaria la delegación de
poderes, adicionándose dificultades a la unificación. Al
mismo tiempo, la derrota de la rebelión comunera en
1520-1521 eliminaba los restos de una constitución
contractual en Castilla. Ajuicio de Perry Anderson3
, esta
derrota militar de las ciudades, en lugar de las
rebeliones aristocráticas, como era la norma en la
Europa de ese tiempo, separaría la experiencia política
de la monarquía española de las demás.
La plata de Potosí y de México pese a que en
términos de ingreso representó sólo un 25% de las
rentas totales, fue no obstante crucial para las
aventuras bélicas de Carlos V en el teatro europeo. En
el sur sus logros fueron la supresión de la amenaza
turca, la subordinación de Italia y la intimidación del
Papado, mientras que en el norte los resultados fueron
más mezclados. La reforma no pudo ser erradicada de
Alemania, mientras que las cargas de la guerra
erosionaron la lealtad de los Países Bajos. Pese a eso,
incluso después de la división de los territorios de los
Habsburgos por Carlos V en 1556, la monarquía
española fue en Europa la unidad política más grande.
El imperio de Felipe II, durante toda la segunda mitad
del siglo XVI, continuó estas proezas bélicas: Lepanto,
en 1571, la incorporación de Portugal y la conquista de
las Filipinas, en el Pacífico. Pero en la Europa del
norte, España fue incapaz de doblegar la resistencia de
los Países Bajos, a la vez que fueron exitosamente
rechazadas las incursiones de su ejército en Francia e
Inglaterra.
Desde los comienzos del siglo XVII, con los
reinados de Felipe III y Felipe IV, y la de sus asesores
* Profesor del Departamento de Historia, Universidad Nacional
de Colombia.
1 Sebastián Balfour, El fin del Imperio Español, Barcelona,
Crítica Grijalbo Mondadori, 1997.
2 Anthony Pagden, Spanish Imperialism and the Political I
3 Perry Anderson, El Estado absolutista, México, Siglo XXI, 11a.
ed., 1990.
Explicación:
coronita plisss lee un poco y ya esta