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La entrega anterior suscitó en uno de los lectores una generosa crítica. Me hizo notar que comenzar con una cita del evangelio puede desalentar a quien busca otra cosa, al mismo tiempo que quien advierta algún comentario bíblico se sienta defraudado más bien por lo incompleto.
Esta sugerencia me hizo inmediatamente pensar en una querella epistemológica propia de los filósofos. La discusión en cuestión es si es o no verdadera filosofía la filosofía cristiana. Para los primeros pensadores adherentes a este movimiento era una forma de distinguirse de otros pensadores. En los inicios no hubo quien dejara de pensar que la filosofía cristiana era una suerte de “topos” de la teología monástica. Esta idea se basa en la consideración del monje como realizador de la forma más pura de la sabiduría del Evangelio. A medida que el mundo fue experimentando una cierta desacralización intelectual, en algún sentido positiva –dado que sería una suerte de reconocimiento del poder de la naturaleza racional para acceder a las cosas de Dios– esta idea se fue desvaneciendo. Aunque nunca del todo. A medida que fue ganando terreno el existencialismo, la pregunta filosófica ya no era qué son las cosas, sino cómo son. Del mismo modo, la pregunta ya no era sobre el carácter cristiano de la filosofía, sino de la experiencia del filósofo que además de ser un pensador es creyente. Humildemente este es el eje del debate de la nueva cultura. Una cultura que de ser tan indiferente se ha vuelto irreal, porque no solo deja de lado las cuestiones del espíritu, sino que, en ese ejercicio de asepsia subjetiva, deja de lado su carácter relacional.
Todos, científicos, empresarios, educadores, trabajadores, hombres y mujeres, necesitamos un baño de humildad. En los últimos cuarenta años, sino más, hemos cultivado una doble ilusión: por un lado, creer que el crecimiento es lineal y constante. Concomitante a esta primera ilusión está la segunda, no menos dañina: creer que la humanidad no tiene límites.
Cada tanto, en este tiempo, hemos adquirido la habilidad de automedicarnos con antídotos ponzoñosos, llenos de falsa humanidad. Nos creímos que la solución era la tolerancia, palabra que detesto, porque me suena al ejercicio de aguantarnos, más que de caminar con otros. Algunas enfermedades mentales hacen que el enfermo que las padece se ensimisme y pierda todo contacto con la realidad. La tolerancia tiene algo de eso, tolero que estés al lado, que digas lo tuyo, pero la verdad, no me interesa.
Esta falsa prudencia nos ha llevado a no tomar riesgo, propio de la inacción de quien tiene mirada de corto plazo. El hombre prudente asume riesgos, porque ve allá lejos y toma decisiones ahora en post de ese destino.
Explicación:
lo saque de mi libro :)
Respuesta:
El Bien Común es el conjunto de condiciones sociales que permiten y favorecen en los seres humanos el desarrollo integral de todos y cada uno de los miembros de la comunidad. El Bien Común dinamiza el desenvolvimiento de un orden social justo que armoniza los aspectos individuales y sociales de la vida humana.
Explicación:
espero haberte ayudado
me das corona porfa
byeeeeee
cuidate