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Respuesta:
Ricitos de Oro-Terror
Cuento:
Eranse una vez tres osos: un oso polar, un oso gris y un oso de trapo. El oso polar tenía una piel larga y blanca que le llegaba hasta el suelo, el oso gris era tan duro como bistec de lomo y tenía mucha grasa entre los dedos de los pies. El oso de trapo estaba en la medida justa, ni duro ni tierno, ni caliente ni frío.
Al cabo de una hora llegó al claro del bosque, y ahí estaba la casita de las persianas de color pardo como de aceituna. ¡La casita de las persianas verdes! grió Rizos de Oro. Una vez dentro, Rizos de Oro encontró todo en perfecto orden; los platos estaban todos lavados y apilados, la ropa enmendada, los cuadros con lindos marcos. Sobre la mesa había un atlas y un diccionario no abreviado, en dos volúmenes. Rizos de Oro estaba fascinada con todos los juguetes y artefactos, sobre todo con el nuevo abrelatas. Había estado haciendo trigonometría toda la mañana y su cabecita estaba demasiado cansada para resolver gambitos y cosas así. Se moría de ganas de tocar el cencerro que colgaba sobre la pila de la cocina. Para alcanzarlo tuvo que usar un taburete. El primer taburete era demasiado bajo, el segundo demasiado alto, pero el tercero era de la altura conveniente. Tocoó el cencerro tan fuerte, que los platos se cayeron de la repisa. De repente empezó a tronar y a relampaguear, llovía a mares, la pequeña Rizos de Oro estaba asustada de verdad. Se cayó de cabeza del taburete y se torció el tobillo y se dislocó la muñeca. Quería esconderse en algún sitio hasta que pasara la tormenta. Corrió hasta la alacena y se escondió allí.
En la alacena encontró un frasco con árnica en ungüento, rápidamente se aplicó un poco en el tobillo y en la muñeca y se sintió aliviada. Se sintió tan bien que decidió salir y explorar los demás cuartos, ya no le tenía miedo a la lluvia ni a los rayos. En salón del centro encontró muchos libros, muchos libros, todos trataban del sexo y la resurreción de los muertos. Rizos de Oro se sentó a leer en voz alta, estaba leyendo algo sobre el Salvador y cómo murió en la Cruz - por nosotros - para redimir nuestros pecados. Rizos de Oro era una niña, al fin y al cabo, por lo que no sabía qué era un pecado, leyó y leyó hasta que los ojos le dolieron, sin descubrir exactamente qué era pecar. Se decidió a volver por el diccionario que no era abreviado, sin embargo cuando llegó a la puerta de la cocina descubrió que estaba entreabierta. ¡Los osos habían llegado!
-¡Para comerte mejor! - gruñó el oso gris, dando un chasquido con sus elásticos labios.
-¡Es mía! - gritó el oso de trapo, al tiempo que le daba una brazo a la niña y le hacía crujir las costillas.
Los tres osos pusieron manos a la obra al instante; desnudaron a la pequeña Rizos de Oro y la pusieron sobre la olla, lista para trincharla.