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En efecto, con las invasiones árabico-turcas en Constantinopla y, por consiguiente, junto a la caída del Imperio Romano, la mayoría de las poblaciones europeas allí localizadas comenzaron a dispersarse hacia las grandes extensiones rurales que conforman el llamado viejo continente. De esta manera, pudo ser posible la organización política de dinastías, donde los siervos de la gleba atendían casi esclavizadamente a las familias reales.
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