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La libertad no se dijo de igual manera en todas las regiones de las Provincias Unidas. En el litoral, por ejemplo, hacia 1815 José Gervasio Artigas proclamó la confiscación de bienes de los “malos europeos y peores americanos” y repartió las tierras entre sus tropas, integradas mayoritariamente por gauchos. El igualitarismo de esta experiencia quedó expresado en una frase que hizo historia: “¿Por qué naides más que naides ha de ser más superior?”.
En Salta, bajo la protección de Martín Miguel de Güemes, los pequeños propietarios de tierras que integraban su ejército reafirmaron su tenencia frente a los grandes propietarios. También los arrenderos tuvieron la posibilidad de acceder por primera vez a la propiedad de la tierra y los gauchos tuvieron acceso al ganado y aspiraron a reclamar una propiedad como premio por su lucha.
Es decir que la Revolución tuvo dos caras para las clases populares: por un lado, una promesa de libertad y, al mismo tiempo, un enorme costo que se tradujo en el desgaste físico, las heridas o, incluso la muerte en el campo de batalla. Los cielitos de la época, en especial los de Bartolomé Hidalgo, reflejaron estas dos caras de la Revolución para las clases populares.
Por último, el elenco dirigente buscó interpelar a los pueblos originarios, sobre todo a los que vivían en el camino hacia el Alto Perú. El objetivo de incorporarlos a los ejércitos con la convicción de que representaban el grupo social que más había sufrido la violencia por parte de los españoles. En este sentido es célebre la Proclama de Tihuanaco, en donde Juan José Castelli proclamó la igualdad entre todos los hombres, indígenas y criollos.
En esa misma línea, inspirado en el libro Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, Manuel Belgrano propuso a los constituyentes, en la sesión secreta del 6 de julio de 1816, instituir para las Provincias Unidas una monarquía constitucional incaica. ¿Por qué este régimen de gobierno? Porque Belgrano percibía que la monarquía estaba recuperando posiciones en Europa, de modo tal que la adopción de otra forma de gobierno, según su razonamiento, podía afectar el reconocimiento y la aceptación de la Independencia de parte de las naciones europeas y del papado. Se trataba de una monarquía constitucional, es decir, moderada, donde sólo el Ejecutivo fuera decidido por linaje real. Y lo que es fundamental: el trono de esa monarquía debía ser ocupado por un Inca, Juan Thopa Amaru, tomado prisionero tras la rebelión indígena contra el dominio español en 1780 dirigida por su hermano, Tupac Amaru.
De todos modos, la marca más rotunda de la necesidad de incorporar a los pueblos originarios a las luchas independentistas constituyó el hecho de que la propia proclama de la Independencia fue publicada en quechua y aymará para su difusión. Sin embargo, esta presencia se fue eclipsando durante el siglo XIX. La “narración americana”, esa que construyeron quienes encararon la Independencia, y que buscaba ampliar las bases de sustentación de ese proyecto, devino en una “épica criolla”, es decir, en un relato que asignaba a los americanos descendientes de españoles, los “criollos”, el protagonismo casi exclusivo en las luchas por la emancipación.
La Independencia transformó la vida de las personas porque legitimó los deseos de libertad individual y de igualdad jurídica. Y también habilitó aspiraciones de mayor igualdad social. Visto retrospectivamente, y como ejercicio de memoria, lo que parece claro es que no hay proceso histórico tendiente a la ampliación de la libertad y la igualdad sin el protagonismo y la participación popular, como la que tuvieron, con todas sus tensiones, los esclavos, los negros, los indígenas, los pardos, los gauchos y los americanos descendientes de españoles durante las luchas por la Independencia.
El recuerdo de esta fecha y la conmemoración de los acontecimientos de 1816 reactualizan las aspiraciones por lograr mayor libertad e igualdad y reafirman la voluntad popular de dirigir su propio destino. La música popular –por ejemplo en la voz de Mercedes Sosa cantándole a la provincia de Tucumán- y la escuela, a través de conocimiento y de la celebración de las efemérides, con espacios privilegiados para recuperar esos legados en tiempo presente.
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