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Francisco Rojas Aravena
Aunque los analistas no se ponen de acuerdo acerca de la duración y la profundidad del impacto de la crisis global, nadie duda de que genera serios efectos económicos y sociales en América Latina. El artículo aborda un costado que a menudo se pasa por alto: las consecuencias políticas de la crisis, verificables en dimensiones como la tensión del sistema político, las dificultades para la consolidación del Estado de derecho y los límites a la integración regional. El argumento central es que la crisis genera desafíos a la gobernabilidad democrática que no pueden enfrentarse solo con propuestas económicas, sino mediante un fortalecimiento de la política.
Siete efectos políticos de la crisis internacional en América Latina
Breve introducción a la crisis
La crisis global genera consecuencias profundas, graves e incluso devastadoras para muchos países. América Latina es una víctima de esta crisis. Las vulnerabilidades en la región se manifiestan en las dificultades para concertar políticas que posean un carácter de Estado, es decir, que sean capaces de reflejar el conjunto de voluntades de los diversos actores en el ámbito nacional. Estas dificultades de coordinación se expresan también en el nivel regional, en donde no se ha logrado construir visiones compartidas para enfrentar la crisis. Más aún, en muchos casos han surgido respuestas que apelan más al proteccionismo que al desarrollo de acciones concertadas entre los países. El ejemplo más evidente ha sido el caso del G-20 y de las posiciones regionales en la última reunión de la Ronda de Doha.
Cabe destacar que los distintos países han tomado medidas que buscan mitigar los efectos de la crisis y proteger sus respectivas economías. En este sentido, se puede señalar que la región se encuentra en mejores condiciones de enfrentar esta crisis que durante las décadas de 1980 y 1990. En general, sin embargo, los programas aplicados por los países tienen un fuerte sello económico y financiero, sin que se expliciten medidas equivalentes en el terreno político. Este tipo de medidas requieren de acuerdos nacionales específicos, quizás una de las vulnerabilidades más fuertes de los países de la región, en particular para concertar políticas entre el Poder Ejecutivo y el Congreso, establecer mesas de diálogo con la participación de diversos actores, así como conversaciones con los partidos políticos en la búsqueda de posiciones que vayan más allá de la coyuntura en una perspectiva de largo plazo1.
Esta forma de solución de un problema global que se expresa localmente, generando graves consecuencias, abre oportunidades no solo para mitigar a través de políticas sociales y económicas el impacto de la crisis, sino también para reafirmar la perspectiva democrática y lograr una mejor gobernabilidad.
Entre los analistas se discute en qué momento estalló la crisis y cuáles son sus causas inmediatas. Lo que sí queda claro es que hacia agosto de 2007 la crisis ya había tomado forma. Los países de la región comenzaron a tomar conciencia de ella en ese momento, pero no se adoptaron decisiones. Se pensaba, en aquellos meses, que la región podría «desacoplarse», en especial por la importancia creciente de la economía de China y otras economías asiáticas para los países latinoamericanos. Sin embargo, al poco tiempo quedó claro que no existía tal desacople y que los efectos de la crisis, lejos de limitarse a los principales países desarrollados, se sentirían también en la periferia: no solo en lo económico (efectos comerciales, de inversiones y remesas) sino también desde el punto de vista político y de la gobernabilidad2.En América Latina y el Caribe, los impactos se comenzaron a sentir a partir de 2009, año en que el crecimiento negativo se expandió a toda la región, con caídas muy importantes en las dos principales economías (Brasil y México). El impacto de la crisis no es lineal: adquiere distintos ritmos y profundidades y afecta de manera diferente a los diversos sectores. La velocidad con que la crisis se expresa en los diversos países también varía. Los primeros efectos se hicieron sentir en los países con mayores niveles de apertura económica, básicamente a través de una caída en las exportaciones, lo que generó desempleo y una reducción del comercio. También cayeron las remesas, la inversión y la asistencia para el desarrollo.
El contexto en el cual se ubica la crisis es global y sistémico. Involucra aspectos financieros, a los que hay que agregar la crisis alimentaria de 2008, que aún se mantiene vigente en sus aspectos estructurales. Lo mismo ocurre con la crisis energética –que ha reducido su impacto por la caída transitoria de los precios de la energía– y la crisis de violencia que sufre América Latina. Finalmente, es necesario considerar también el impacto que está teniendo y tendrá el cambio climático.