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En los Juegos Olímpicos de la antigüedad (Grecia, 776 a. C.-393 d. C.), no existían las medallas.
Los ganadores de las competiciones eran convocados al templo de Zeus para recibir como premio una manzana o una corona de olivo y laurel.
Sin embargo, la verdadera recompensa para los triunfadores eran "el honor y la gloria", además de las narraciones épicas sobre sus victorias que escribían los historiadores y poetas de aquel entonces.
Así llegaron hasta tiempos actuales las leyendas de Leonidas de Rodas, el gran atleta del mundo antiguo, o de Cinisca, la princesa espartana que fue la primera mujer en ganar una competición olímpica.
Todo muy distinto a los miles de dólares en premios y doradas medallas que cuelgan de los cuellos de los ganadores de las Olimpiadas que ahora se celebran en Río de Janeiro.
¿Cuando reemplazaron a los poemas y las manzanas por las preseas de oro, plata y bronce que se reparten ahora entre los campeones olímpicos?
Plata antes que oro
Para empezar, habría que contar que las primeras medallas para los ganadores no fueron de oro, sino de plata.
Con la inauguración de los Juegos Olímpicos modernos, en Atenas en 1896, las medallas hicieron su aparición.
Las medallas que marcaron hitos en la historia de las Olimpiadas
El Comité Olímpico Internacional (COI) reconoce al estadounidense James Connolly como el primer ganador de una presea al imponerse en la competición del triple salto.
Diplomas, copas y trofeos
Las Olimpiadas de París en 1900 tampoco tuvieron al oro como símbolo de triunfo.
La mayoría de los ganadores de las competiciones en la capital francesa recibieron copas y trofeos.
Medallas rectangulares se entregaron para los ganadores de algunas disciplinas.
El COI reseña que en ellas se podía ver a Nike, la diosa alada, sosteniendo ramas de laurel con la ciudad de París de fondo.