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Las expediciones españolas fueron aquellas que llevaron a cabo los exploradores, expedicionarios y conquistadores españoles o que trabajaban para la corona española que tuvieron diversos fines: científico (geográfica, botánica, etc.), religioso (proselitista, evangelizadora, misionera, etc.) o estratégico (militar, política, económica, etc.). Para denominar a las que resultaron exitosas se utilizan propiamente las denominaciones descubrimientos y descubridores españoles (las definiciones del DRAE se refieren a "hallar lo que estaba ignorado o escondido, principalmente tierras o mares desconocidos",1 una terminología que ha sido objeto de controversia).2
Las expediciones más importantes fueron las que tuvieron lugar en la denominada Era de los Descubrimientos (siglos XV y XVI), vinculadas a la expansión del Imperio español. En esa época Cristóbal Colón cruzó el Atlántico y descubrió América (1492), Vasco Núñez de Balboa cruzó el istmo de Panamá y descubrió el océano Pacífico (1513), Fernando de Magallanes cruzó por primera vez el Pacífico y descubrió Guam y las Filipinas (1521). La expedición de Magallanes la completó Juan Sebastián Elcano, convirtiéndose en la primera vuelta al mundo de la historia (1519-1522). Durante el siglo XVI y principios del XVII, la actividad exploratoria de navegantes españoles en el Pacífico fue enorme. En 1545 Yñigo Ortiz de Retez llegó a Nueva Guinea y la bautizó con ese nombre por la similitud del aspecto de sus nativos con los de Guinea en África. Diferentes expediciones llegaron a las Islas Marianas, a las Carolinas, y las Palaos, que se integraron en la Capitanía General de Filipinas. En 1565 Miguel López de Legazpi fundó el primer asentamiento español del Pacífico, en Cebú (Filipinas) y el navegante Andrés de Urdaneta descubrió el tornaviaje, la ruta de regreso de Asia a América. Con ello se estableció una ruta transpacífica conocida como el Galeón de Manila que funcionó durante dos siglos y medio, uniendo los puertos de Acapulco y Manila, desde 1565 hasta 1815. En 1568 el navegante Álvaro de Mendaña descubrió las Islas Tuvalu y las Islas Salomón, y en una segunda expedición en 1595 descubrió las Islas Marquesas. En 1606, la expedición española de Quirós descubrió las Islas Pitcairn, las Nuevas Hebridas (hoy Vanuatu) y visitó las Salomón. Quirós desembarcó en la isla principal de las Nuevas Hebridas bautizándola La Austrialia del Espíritu Santo, pensando que había llegado a la Terra Australis, el continente australiano.
Durante el siglo XVIII se produce una adaptación a los ideales de la Ilustración, con lo que la finalidad científica gana importancia, sin abandonar la estratégica y militar. La expedición española más importante de la época fue la Expedición Malaspina que duró cinco años, desde 1789 hasta 1794. Fue un viaje de exploración político-científico que dio la vuelta al mundo, con el fin de visitar territorios españoles en América y Asia, así como muchos otras tierras, recogiendo información antropológica, geográfica, biológica (flora y fauna), así como política. También a finales del siglo XVIII se organizan varias expediciones a lo largo del Pacífico, entre ellas a Tahití en el Pacífico Sur y múltiples expediciones a Canadá y Alaska.
La emancipación de la mayor parte de las posesiones americanas a comienzos del siglo XIX supuso una modificación del objetivo de las exploraciones, y sobre todo en la disminución de su trascendencia, justo en el momento en que las expediciones coloniales del imperialismo europeo estaban en su fase más decisiva (reparto de África). En la primera mitad del siglo XX, tras el Guerra hispano-estadounidense tuvo lugar una reorientación de la política expedicionaria, que se concentró en el África Occidental. Tras la descolonización de Marruecos (1956), Guinea Ecuatorial (1968) y, por último, el Sáhara Occidental (1975), las expediciones españolas se reorientan al conocimiento científico de la Antártida.
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La conquista de América fue el proceso colonialista de la exploración, conquista y asentamiento en el denominado Nuevo Mundo realizado por España y Portugal en el siglo XVI, y en la que participaron otras potencias europeas como Gran Bretaña o Francia posteriormente, después de que Cristóbal Colón descubriera América en 1492.1 Este proceso colonial dio lugar a regímenes virreinales y coloniales muy poderosos, que resultaron en la asimilación cultural de la mayor parte de poblaciones indígenas, y su sumisión ante las potencias conquistadoras.23
Las riquezas de América permitieron que toda Europa creciera, no solo España y Portugal. Este proceso dio lugar a la importación de nuevos productos agrícolas en Europa como el tomate, el maíz, la papa o el cacao, productos que tuvieron un gran impacto también en la economía y en los hábitos europeos de otros continentes. Igualmente, la llegada de las variedades agrícolas y diversidades ganaderas de Eurafrasia produjo un cambio en el paisaje productivo y alimentario del continente americano. La introducción de minerales americanos impulsó enormemente la economía europea pero al mismo tiempo creó situaciones de alta inflación. En los siglos posteriores, el oro y la plata desempeñaron una función importante en el nacimiento del capitalismo, principalmente en los Países Bajos, Gran Bretaña y Francia. Este fue un proceso casi permanente, ya que algunas sociedades indígenas opusieron una resistencia constante mientras que otras nunca fueron asimiladas completamente.
España fue la que empezó la colonización e incluso la que logró conquistar la mayor parte de América, debido a que fue el país que obtuvo el patrocinio del viaje de descubrimiento por medio de los Reyes Católicos. Mediante una bula del papa Alejandro VI, se declaró legítima la posesión española de todas las tierras encontradas más allá de trescientas leguas al oeste de las islas Azores.4 Más tarde, una ligera modificación repartió el continente americano entre las potencias de España y Portugal, lo cual quedaría ratificado en el Tratado de Tordesillas. Sin embargo, otras potencias europeas se sumaron a la conquista y colonización en América posteriormente, a menudo compitiendo entre ellas y con los imperios ya existentes. Entre ellas se encuentran Francia, Inglaterra, los Países Bajos e incluso Rusia y Dinamarca.
Varios pueblos originarios americanos intentaron oponerse a la ocupación de los europeos,5 a pesar de encontrarse en desventaja desde el punto de vista de la tecnología bélica. Las armas y las técnicas de guerra españolas y de las otras potencias europeas eran más avanzadas respecto a las indígenas. Los europeos conocían la fundición, la pólvora y contaban con caballos y vehículos de guerra. Los americanos, en cambio, contaban con una tecnología lítica y carecían de animales de carga, a pesar de ser superiores en número y en conocimiento del territorio. No obstante, el establecimiento de alianzas de los capitanes españoles con líderes nativos, fue decisivo para equilibrar el número de combatientes .6 Las enfermedades que los europeos llevaron a América —para las cuales los indígenas carecían de defensas— cobraron cientos de miles de vidas y fueron un factor que debilitó las sociedades americanas que, en medio de la guerra, tuvieron que enfrentarse también con el desastre epidemiológico.7 La historia de este proceso ha sido relatada principalmente desde el punto de vista de los europeos.8 Salvo en el caso de los mesoamericanos, la gran mayoría de los pueblos indígenas desconocían la escritura. De hecho, los registros de los hechos desde la perspectiva indígena consisten principalmente en relatos recuperados algunos años después por los propios europeos. Se cuenta con ellos en los casos de Nueva España, Perú y Yucatán.
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