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Respuesta:
Hace falta reconocernos como seres ontológicos trascendentes orientados por el sentido del amor relacional, de manera que la vida en sociedad se produzca desde la interactividad asumida en el reconocimiento del otro, evitando el sufrimiento ético-político que ha definido el día a día venezolano en los últimos años, pues el transcurrir de las cotidianidades e interacciones sociales se inscriben en marcos de relaciones ético-políticas que implican reflexionar sobre la vinculación del mi-mismo con el otro. A propósito, Foucault advertía que “el cuidado de sí es ético en sí mismo; pero implica relaciones complejas con los otros, en la medida que este éthos de la libertad es también una manera de ocuparse de los otros”3.
Tales planteamientos suponen que la vida político-legal está hecha de alteridad, y en el relacionar se reconoce al otro como un legitimo nosotros, central en la comprensión de la convivencia social, y se precisan los recursos psicosociodinámicos para que el mundo se convierta en un lugar bueno de habitar4. En consecuencia, las identidades socialmente construidas ocupan un lugar preponderante en la discusión ético-política en la Venezuela actual, ya que, a partir de estas se esbozan las lógicas de relaciones socio-culturales que definen, muchas veces, las prácticas sociales cotidianas.
En este sentido, esta propuesta de análisis emerge desde el diálogo social. Es producto de reflexiones surgidas desde las cotidianidades mismas, evidenciadas en marcos de discusión planteadas desde una perspectiva que sobrepasa las fronteras disciplinares, y se inscribe en la producción de saberes a partir de las experiencias sociales que precisan la naturaleza de la condición humana. Lejos de pensar en sentido estrictamente político, es necesario asirse de comprensiones sociales amplias en las que el mundo de las diferencias y diversidades sea común, cotidiano y valorado como una experiencia humana y ciudadana que se construye en el mismo tejido social. Vale preguntarse, si el contrato social sustantivo de la tolerancia se basa en el recurso sugerente del respeto mutuo y recíproco circulante en las relaciones sociales, las cuales son comúnmente sitiadas por lo diferente y diverso de las subjetividades y relaciones humanas; o es que aún anhelamos el ideario de universalidad cartesiana inscrito en los Derechos Humanos de 1789.
El propósito central enfatiza la comprensión histórico-cultural de la diversidad y la diferencia como productoras de escenarios donde la tolerancia debe redimir la exclusión, y fomentar la equidad. Además, busca explicar, reflexiva y críticamente, algunas ideas que subrayan la urgente necesidad de replantear los desafíos que deben enfrentar los actores sociales, al precisar sus intenciones de construir una sociedad ética para la convivencia, a fin de interconectar los saberes producidos socialmente con las dinámicas histórico-culturales que definen la condición humana5.
Con este preámbulo, se abre un espacio para el debate sobre lo esencial del cuestionamiento acerca de quiénes somos, pues creemos que en las respuestas emergentes, se encierra una serie de dilemas ético-sociales que podrán colaborar con la comprensión de la convivencia desde la pluralidad socio-cultural. Así, lo pedagógico implica un análisis de la reproducción y producción de culturas6, y apunta a develar que no sólo la institucionalidad educativa es productora de saberes; también, la cotidianidad del espacio popular que ocurre en el contexto geo-social conlleva acciones significantes inherentes a la construcción de saberes sociales productivos.
No obstante, antes de llegar a un debate más pormenorizado sobre tales aspectos, es necesario hacer una aproximación reflexiva a develar sobre quiénes referiremos los argumentos a desarrollar, pues tratándose de actores sociales cotidianos se hace primordial comprender quiénes somos, sobre todo cuando esta interrogante puede apuntalar la comprensión de ciertos dilemas producidos por la ética intersubjetiva para la convivencia social.
Explicación:
Espero me des corona