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Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, hacia en su interior esta oración: Dios mío te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; yo ayuno dos veces a la semana, y pago los diezmos de todo lo que poseo.
El publicano, por el contrario se quedo a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mi, que soy un pecador.
Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
celeste12327:
gracias
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