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Érase una vez una vela llamada Carmelita que estaba muy orgullosa de su delicado color y de su elegante estatura. Se sentía la vela más bella y según su modesta opinión, todas sus compañeras eran indignas de compartir con ella la misma casa, por lo gorditas y simples que eran. Como nuestra Carmelita se negaba a dar luz, sus compañeras se cansaron de ella, pero el Señor de la casa decidió darle una última oportunidad: la colocó en un hermoso candelabro de adorno. Las otras velas que trabajosamente se consumían, la miraban doloridas y hasta con envidia: ¡ qué suerte la de Carmelita! ...Cuando el dueño de la casa por fin la encontró y le acercó un fósforo encendido, Carmelita horrorizada por el daño que la llama iba a causar en su esbelta figura, se negó rotundamente a arder. Ni cuando el Señor se cayó y hubo que llevarlo al hospital Carmelita quiso alumbrar el camino. Un día los de la casa celebraron un cumpleaños y todas las velas se pusieron bonitas para adornar el dulce. Cuando a Carmelita le hundieron los pies en la crema, se sintió tan humillada que decidió mantenerse apagada. El domingo siguiente la escogieron para que sirviera en una ceremonia de un Bautismo. Tampoco quiso arder. Una noche la ciudad se vio afectada por un gigantesco apagón y todas las velas se movilizaron, conscientes de que había llegado la hora de alumbrar con todas sus fuerzas. ̈¿ Carmelita dónde estás? ̈ gritaron todas las velas, pero Carmelita no apareció por ningún lado. Allí quedó durante algún tiempo y poco a poco bajo la influencia del calor y la edad, fue perdiendo su color y su bello aspecto. El Señor de la casa al darse cuenta de que Carmelita no servía para adorno, la tiró a la basura. Cuando las compañeras se enteraron se sintieron aliviadas y tristes a la vez: Carmelita la vela tuvo tan buen aspecto, pero ni una sola vez su luz fue vista en el mundo ̈ QUE EN PAZ DESCANSE ̈.