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El hombre se decide a conocer racionalmente cuando irrumpe en su vida cierta experiencia; el pensar y la idea nacen cuando la forzosidad de la elección continua en que la vida se cifra obliga a completar con ideas la insuficiencia de las creencias. La identificación de la realidad con la creencia hace que, al producirse un hueco en ella, surja la necesidad del pensamiento racional. La justificación del pensar y de la idea, que implica una teoría de la libertad como elemento necesario de la vida humana, permite entender el papel que en la filosofía de Ortega y Gasset desempeña la razón, papel eficiente y, hasta cierto punto, instrumental: la razón es instrumento que la vida maneja para su realización y que, por tanto, hace de la verdad no una mera adecuación del intelecto y de la cosa, sino una coincidencia del hombre consigo mismo. De ahí la necesidad de elaboración de una razón vital, de una razón histórica como parte esencial de una filosofía raciovitalista. Esta filosofía está destinada a superar tanto el idealismo como el realismo, tanto el viejo racionalismo europeo como la ciega ignorancia de lo personal y de lo íntimo. La meditación de Ortega y Gasset sobre la historia y especialmente sobre la historia concreta de Occidente se halla en intima relación con una filosofía que, al hacer de la vida el objeto metafísico por excelencia, permite completar las nociones apuntadas con otras dos fundamentales sobre las que Ortega viene trabajando desde hace algún tiempo: la noción de la temporalidad y la noción de la historicidad. La primera se revela ya en el primer análisis de la vida, cuando al descubrirse su carácter temporal, su esencial finitud y, con ello, su sentido, se llega a una teoría del tiempo en la cual recibe el futuro una absoluta primacía sobre el presente y el pasado. Esta primacía, descrita por Ortega con el nombre de futurición, constituye la índole más profunda de la vida misma y el fundamento de la preocupación. Sólo porque la vida está preocupada, es decir, sólo porque se ocupa previamente de las situaciones que se perfilan constantemente ante ella, puede recibir todo pasado su sentido partiendo del futuro. La segunda noción fundamental que con toda claridad encontramos en las meditaciones de Ortega y Gasset, la noción de la historicidad, se manifiesta en el carácter histórico de la vida humana, una manera de ser histórica. El descubrimiento de la historicidad de la vida representa, al mismo tiempo, por así decirlo, el descubrimiento de la esencial historicidad de la historia, historicidad que Ortega contrapone a la clásica concepción del hombre como naturaleza, íntimamente enlazada, en su aplicación moderna, con el auge de la razón física. De ahí que propugne insistentemente por una substitución de la razón física por la razón histórica, por una «aurora de la razón histórica» en la que ve el sentido de los futuros tiempos. Las consecuencias de esta concepción, que se refieren a los temas concretos de la vida humana y especialmente de la historia europea del presente, concuerdan justamente con la primitiva actitud antiintelectualista de Ortega, con su horror hacia la utopía, hacia el racionalismo político, hacia toda actitud que no tenga en cuenta la fecundidad de la vida humana, que es simultáneamente tiempo, historia, preocupación, quehacer, elección y programa. La solución del problema de la libertad, como la solución del problema de la verdad, son comprensibles desde esta actitud filosófica que, al partir de un territorio anterior a todo dilema metafísico, hace de la libertad el fundamento de la acción del hombre y con ello la condición de lo moral.
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