Por qué el último mohicano parecía un hombre acostumbrado a penalidades y fatiga desde temprana edad
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Respuesta:
“Parecía un hombre acostumbrado a toda clase de penalidades y fatigas desde su primera juventud. Llevaba un sayo de cazador, de paño verde con vivos amarillos casi desteñidos, y tocaba su cabeza con un gorrillo de pieles, del que ya no quedaba sino el cuero (…) Llevaba un cuchillo en su cinturón de cuentas de madreperla (…) Sus mocasines o abarcas, de piel de gamo, los llevaba calzados al uso de los indios, y la única parte de su atavío que se podía ver bajo el sayo de caza eran unas altas polainas de piel de gamo, cerradas por lazos a los lados y atadas por encima de la rodilla con nervios de corzo. Un cuerno para la pólvora y una bolsa para las municiones completaban su atavío, amén de un largo rifle. Sus ojos eran pequeños, vivos, inquietos, de mirada aguda, y no cesaban de moverse y mirar en todas direcciones mientras hablaba, como si buscara piezas que cazar o su desconfianza le anunciase la proximidad de un enemigo que le acechase. A pesar de estos síntomas de constante intranquilidad, su aspecto no sólo no tenía nada de artificioso, sino que era la completa expresión de la más sana honradez”.
Explicación:
espero ayude<3
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“Parecía un hombre acostumbrado a toda clase de penalidades y fatigas desde su primera juventud. Llevaba un sayo de cazador, de paño verde con vivos amarillos casi desteñidos, y tocaba su cabeza con un gorrillo de pieles, del que ya no quedaba sino el cuero (…) Llevaba un cuchillo en su cinturón de cuentas de madreperla (…) Sus mocasines o abarcas, de piel de gamo, los llevaba calzados al uso de los indios, y la única parte de su atavío que se podía ver bajo el sayo de caza eran unas altas polainas de piel de gamo, cerradas por lazos a los lados y atadas por encima de la rodilla con nervios de corzo. Un cuerno para la pólvora y una bolsa para las municiones completaban su atavío, amén de un largo rifle. Sus ojos eran pequeños, vivos, inquietos, de mirada aguda, y no cesaban de moverse y mirar en todas direcciones mientras hablaba, como si buscara piezas que cazar o su desconfianza le anunciase la proximidad de un enemigo que le acechase. A pesar de estos síntomas de constante intranquilidad, su aspecto no sólo no tenía nada de artificioso, sino que era la completa expresión de la más sana honradez”.
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