Respuestas
Como es lógico, todo lo nuestro viene del pasado. De un pretérito que, en un tiempo fugaz, fue luz y luego se tornó en sombra indescifrable. Lo han dicho Shakespeare, Borges, Goethe. El inglés lo dijo, en mi traducción libre, de esta manera: “no somos más que un poco de luz entre dos oscuridades eternas”. El caso de Gabriel José no comienza con Gabriel José, y no finaliza con su muerte el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México. Esto viene de atrás. De mucho tiempo atrás. De entrada, nos encontramos, por ejemplo, con el hombre más importante en la vida de Gabriel José: su abuelo. El coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, ese mismo que los lectores han encontrado en Cien años de soledad un poco y, fundamentalmente, en la novela corta El coronel no tiene quien le escriba. Ese es el personaje prototípico, su abuelo de carne, sangre y huesos.
Este Nicolás Ricardo Márquez, o el coronel Nicolás Márquez, como se le conoció por donde anduvo, hombre de porte, carácter y gracia, nació el 7 de febrero de 1864 en Riohacha, capital de La Guajira colombiana. Fue criado en otro pueblo distante, El Carmen de Bolívar; y se cree que sus ancestros están ubicados en España, en la región de Castilla. Este Nicolás Márquez fue, concretamente, dos cosas en la vida: un reputado joyero en el pueblo de Barrancas (La Guajira), y coronel en la Guerra de los Mil Días, esa que se libró entre 1899 y 1902 en Colombia. Y, ¡ah!, abuelo de Gabriel José.
El coronel Márquez perteneció a la tropa del general Uribe Uribe y estuvo bajo la jurisdicción de un oficial llamado Clodomiro Castillo, y anduvo por las regiones del Cesar, Magdalena y La Guajira. Ese fue el centro de su movimiento militar. Este es un personaje fundamental para entender todo el drama de Gabriel José, ni siquiera su padre, ni siquiera su madre, su abuelo; y él mismo lo ha dicho en reiteradas ocasiones. “Todos los triunfos que yo he obtenido son menos triunfos porque tengo un dolor inmenso, el dolor de que mi abuelo no sepa lo que yo consigo”.
Esto, pues, hace parte de toda una genealogía: su abuela fue una señora nacida también en Riohacha, en julio de 1863; nombre: Tranquilina Iguarán Cotes; y en verdad, según narran los biógrafos, fue una señora tranquila como su nombre, y tenía una característica muy especial: vivía más para los muertos que para los vivos. Y he allí un primer punto que no podemos dejar pasar desapercibido para entender toda la literatura de Gabriel José. Su abuela era un ser como etéreo, ella siempre pasaba en contacto con los muertos; no le interesaban en exceso las cosas de la casa, le importaba conocer si alguien evocó el espíritu, si los difuntos se tomaron el agua de la tinaja, si el muerto apareció en la letrina, en fin, ella vivía en función de la gente de ultratumba y de todo ese universo de supersticiones.
Por otra parte, este coronel hubiese podido perfectamente no ser el abuelo de Gabriel José, por una razón muy sencilla: por allá en 1908, seis años después de que se acabó la Guerra de los Mil Días, el coronel Nicolás Márquez tuvo un enfrentamiento, primero verbal y después, de hecho, con un sujeto llamado Medardo Pacheco.