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El primer movimiento revolucionario de importancia continental que se desarrolló en el pasado siglo XX fue La Revolución Mexicana (1910-1917) que posibilitó la transición de una economía agraria feudal a una capitalista y una incipiente modernización de la industria nacional mexicana, promoviendo un proceso de amplia democratización. La Constitución de Querétaro de 1917 priorizaba los intereses colectivos sobre los individuales y reconocía los derechos de las clases trabajadoras. Como limitaciones de este proceso en su etapa inicial pueden señalarse los múltiples frenos impuestos a una reforma agraria radical y a la nacionalización de los recursos naturales del país, así como la preservación del caudillismo y el caciquismo político que databan de la época de Porfirio Díaz.
La I Guerra Mundial (1914-1918) posibilitó a los Estados Unidos consolidar sus posiciones económicas y políticas en Latinoamérica, al verse apartados sus rivales ingleses, franceses y alemanes de sus mercados, por las vicisitudes del conflicto. A ello se añade que la posesión por el imperio norteamericano de Puerto Rico, los canales de Nicaragua y Panamá y la Base Naval de Guantánamo en Cuba, más la ocupación militar de Haití, le permitían controlar el Caribe y sus accesos.
El triunfo de la Revolución Socialista de Octubre en Rusia (1917), encabezado por Lenin, incentivó el movimiento obrero en todo el mundo, constituyéndose numerosos partidos comunistas en América Latina, afiliados a la III Internacional Comunista.
La Reforma Universitaria iniciada en la Universidad de Córdoba, Argentina, en 1918, fue heredera de los movimientos liberales en progresión en el continente a partir de su proceso independentista. Se luchó en sus marcos por la modernización y cientificidad de sus instituciones de enseñanza superior y significó también la incorporación del estudiantado universitario latinoamericano, como representante de los sectores más politizados de las clases medias, a las luchas sociales de Latinoamérica. En el caso cubano, teniendo en cuenta la radicalidad y marcado carácter revolucionario de la Reforma Universitaria, tuvo lugar un ascenso del movimiento estudiantil, dirigido por Julio Antonio Mella.
Como resultado de acontecimientos de trascendencia continental (la Revolución Mexicana y el intervencionismo creciente de Estados Unidos) así como extracontinentales (la Revolución Rusa de 1917), se produjo un auge de la lucha antiimperialista en América Latina, cuyo máximo exponente fue la guerra de liberación de Augusto César Sandino contra la invasión norteamericana en Nicaragua entre 1926 y 1932, y de la lucha en general tras el Congreso Antiimperialista de Bruselas de 1927. Bajo la influencia de la III Internacional Comunista los partidos comunistas del continente siguieron primeramente la estrategia de Frente Único Antiimperialista y posteriormente la de "clase contra clase".
Lo erróneo de esta última estrategia en las condiciones históricas concretas latinoamericanas se evidencia en el hecho de la ruptura de Farabundo Martí, líder comunista salvadoreño, con Sandino, al intentar imponerla el primero en las filas del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua y ¨bolchevizar¨ su estructura organizativa.
La crisis económica mundial de 1929-1933 conllevó la paralización de las economías latinoamericanas y agudizó las luchas populares. Ejemplo de ello fueron el levantamiento popular de El Salvador, dirigido por el mencionado Farabundo Martí al frente del Partido Comunista salvadoreño en 1932, el movimiento dirigido por Juan Carlos Prestes en Brasil y la instauración de una "República Socialista" en Chile por Marmaduke Grove en 1932, rebeliones frustradas más o menos rápidamente por la inexistencia de condiciones objetivas y subjetivas que garantizaran su éxito.
El auge del fascismo y de la lucha antifascista a escala internacional repercutió en América Latina con la formación de Frentes Únicos Antifascistas, promovidos por los partidos comunistas y por organizaciones democrático-burguesas, y su ayuda de todo tipo a la República española. A la inversa, la movilización profascista tuvo sus exponentes en la insurrección de Acción Integralista encabezada por Plinio Salgado en Brasil, que fue reprimida por el gobierno de G. Vargas; el corporativismo, que se impuso como forma de régimen político en Brasil bajo este mismo presidente y en Argentina bajo J. D. Perón, y las acciones terroristas y las marchas públicas de la organización A.B.C. en Cuba en los marcos de la Revolución de los años 30.
En esta época se produjo un auge del nacionalismo populista, cuyos protagonistas serían Getulio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina y Lázaro Cárdenas en México (1934-1940), aunque con diferentes sentidos políticos.