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la emoción me hace reír;
el amor me hace gozar,
el amor me hace sufrir,
pero diré que cantar
es lo que me hace vivir.
Cantando paso la vida,
esta vida apasionada,
así fuera de subida
y también en la bajada,
sin que nadie se lo impida
mi voz larga su tonada.
No canto para lucirme,
tampoco por quedar bien;
no será para morirme
si me bajan de algún tren:
no podrán ya persuadirme
ni el olvido ni el desdén.
Mi tierra tiene su encanto,
por alegre y lisonjera
cual la festiva palmera
que acompaña mi quebranto,
y el mar que sus costas baña
con magnífico furor,
así me entrega su amor
desde el fuego de su entraña;
decir esto es un honor,
repetirlo no me daña.
¡Pero ay mujeres hermosas,
porque me tratan así,
si con hondo frenesí
yo las amo por garbosas!
Ya fórmase en el lugar
una ronda bullanguera,
muy feliz dicharachera,
de los que saben bailar;
¡anda bella compañera
nos vamos a zapatear!
Y de sus cantos que digo,
chilenas y alegres sones,
incomparables canciones
al corazón dan abrigo;
un redoble y un remate
y la síncopa que juega
el suspenso que la entrega
con pasión al que la trate;
porque así nadie se niega
a disfrutar el embate.
De todas estas canciones,
hay una que yo prefiero
por su voz de amor entero
tan preñada de emociones;
prefiero a La Malagueña
cantada con gusto enorme
por Don Ismael Añorve
con su guitarra costeña
porque la costa es su orbe
y a quererla nos enseña.
¡Ay costa de mis amores!
amo tu cielo y tu mar,
el pulso de tu cantar,
el aroma de tus flores;
a confesarte he venido,
gritando sobre una peña,
que soy fiel a tu sedeña
alma gentil y, al trovar
La malagueña curreña,
solo empiezo a suspirar.