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1. El extraño caso del ladrón de abrazos
“Había una vez un ladrón tan extraño que lo único que quería era un abrazo. Por eso le llamaban el ladrón de abrazos. Pero como robar abrazos no es delito, este curioso ladrón seguía haciendo de las suyas.
El ladrón de abrazos salía a la calle todos los días, dispuesto a meterse en medio de cualquiera pareja de personas que estuvieran abrazándose. Pero resultaba tan molesto que la gente procuraba no tocarse en público, por si acaso.
Esto no gustaba al ladrón de abrazos, así que tenía que buscar una solución. Lo que hacía el ladrón de abrazos cuando no conseguía meterse en ninguno era atracar un establecimiento lleno de gente. Le daba igual que fuera un banco, un supermercado o un hospital.
El ladrón de abrazos entraba en el sitio elegido con un porra y decía:
-¡Esto es un atraco! ¡Abran sus brazos si no quieren llevarse un buen porrazo!
Y la gente abría los brazos. Y el ladrón de abrazos iba uno por uno buscando un achuchón hasta que oída las sirenas y salía corriendo, feliz y contento de haber encontrado tantos abrazos en un ratito.
Un día el jefe de policía decidió que ya era hora de parar esa ola de atracos absurdos. Pero no podía detener al ladrón de abrazos, así que pensó en un solución.
El jefe de policía reunió a un grupo de voluntarios y les contó su plan. A todos los pareció bien y pasaron a la acción.
El jefe de policía colocó un puesto en la calle con un enorme cartel que decía: ‘Abrazos Gratis’. Un voluntario se ponía a dar abrazos a otros muchos voluntarios para llamar la atención del ladrón de abrazos.
Cuando el ladrón de abrazos vio a aquello fue corriendo, feliz de poder abrazar a alguien sin molestar.
-Si quieres puedes sustituirme cuando quieras -le dijo el voluntario que le dio el abrazo. -¡Sí, sí, por favor!
Y así fue como el ladrón de abrazos dejó molestar a la gente de la ciudad que, agradecida, pasaba por el puesto de abrazos gratis para que el ladrón estuviera entretenido y feliz".
Moraleja
Aunque un abrazo sea un acto de afecto, no es correcto hacerlo a personas desconocidas que quizás no lo quieren. A veces lo mejor es preguntar y asegurarse de que ese acto de amor será bien recibido.
Cuentos policiales
2. La casa abandonada
“Siempre íbamos a jugar a esa casa. Nos gustaba la sensación de estar en terreno de nadie. No, no era una casa en realidad, tan sólo el reflejo de lo que en otro tiempo había sido: unas pocas paredes que luchaban contra el tiempo y que se resistían al olvido. Un edificio cuyo techo ya había colapsado hacía años y que carecía de ventanas y puertas.
A nosotros nos gustaba sentarnos en lo que decíamos que era el salón y jugar a que estábamos en otra época. Huemul se sentaba sobre una piedra, que era un inmenso sillón junto a una lámpara y comenzaba a leer toda clase de historias.
Las leía en voz alta y yo lo escuchaba con suma atención porque era muy pequeña para leer. ¡Me gustaban tanto su voz y sus historias!
Una tarde cuando llegamos a nuestro refugio un cordón de plástico con enormes letras lo cercaban por completo, y un montón de policías rodeaban nuestras queridas paredes. Un agente se hallaba sentado en el sillón pero en vez de leer, observaba el suelo y anotaba algo en una libretita mientras algunos de sus compañeros pintaban círculos rojos en las paredes.
Nos acercamos, ¿quién había invadido nuestra casa? Nos echaron a empujones. Éramos niños y no podíamos estar allí.
Les explicamos que ahí vivíamos, que nos pasábamos las tardes en esas paredes y que si había ocurrido algo con esa casa, debíamos saberlo.
—A lo mejor hasta podemos ayudarlos —había dicho Huemul osado.
El policía nos miró con una chispa de ironía en los ojos mientras nos preguntaba.
—¿Conocen a un hombre que se hace llamar Gago Cafú?
De algo nos sonaba ese nombre pero no llegábamos a saber bien cuándo, dónde ni por qué lo habíamos oído.
—No lo sé, a lo mejor si me deja verlo, puedo responderle. ¿Dónde está o qué ha hecho?— Cada vez me sorprendía más la valentía con la que mi amigo era capaz de enfrentarse a esa situación.
No nos lo dijeron. Debíamos irnos y no regresar por ahí. Finalmente nos fuimos porque amenazaron con dispararnos y muerta de miedo conseguí que Huemul recapacitara y se diera cuenta de que estaba jugando con fuego.
Estuvimos varios días, quizás meses, sin regresar a la casa. Una tarde decidimos que ya había pasado el suficiente tiempo y que podíamos volver a nuestro refugio. Así lo hicimos.
No había policías, ni cordones, ni rastros de la pintura en las paredes. Solamente encontramos a un hombre sentado que se presentó como Gago Cafú y nos pidió que compartiéramos con él ese lugar porque no tenía adónde ir.
Desde entonces, cada vez que vamos a la casa nos encontramos con él y Huemul lee cuentos para los dos: Cafú tampoco sabe leer".
Respuesta:
quiero puntos de vista sobre el tema