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Muy pocas cosas la verdad, en el fondo somos personas en extremo tolerantes, Venezuela es el hogar de muchísimos extranjeros y lo ha sido por muchísimo tiempo, aquí nunca se los ha acusado ni atacado, no hay problemas raciales, la distinción clasicista está muy mal vista, los que se regodean de su dinero están muy mal vistos. Somos tan bonachones que más bien se aprovechan de nuestra buena voluntad.
Si tuviese que cambiar algo sería la exagerada efervescencia política, única gran diatriba entre unos y otros, incentivada por los medios, la intolerancia política es una cosa de todos los días, y es algo que proviene tanto de la derecha como de la izquierda. Los de la derecha se sienten con la razón para todo y los de izquierda responden belicosamente (más en la retórica que en la acción, véase el caso de los comerciantes que hacen todo lo que se les antoja con los precios y nunca, y con nunca me refiero a nunca, son sancionados por ello). Es una cosa de nunca acabar y la empeoran ciertos gobiernos extranjeros, nunca dejan de inmiscuirse, coincidencialmente, nuestros problemas suponen su oportunidad ideal para “ayudarnos” a reconstruir (y a menudo problemas que sus mismas intervenciones han propiciado)… Ellos nos ayudan, claro que sí. Pero a un precio, y no sólo pecuniario, el precio es emocional, es simbólico. Después de aceptar todas las condiciones no tendremos nada que reconstruir, y nosotros seremos tan sólo un espejismo de lo que fuimos.
Por otro lado, más allá de que creamos o no en estas cosas ¿Acaso nos cuesta demasiado comprender que sólo somos humanos, cada uno lidiando con sus circunstancias?
Es sencillo olvidar que sólo en la diferencia podemos y debemos ser tolerantes, es fácil estar tranquilos en un mundo donde todos pensamos igual, pero así no somos y así no es el mundo; así que o nos conseguimos en las diferencias y aprendemos a conseguir soluciones más humanas y menos monstruosas, o empezamos a escribir de una vez el testamento de la humanidad ¡Todo para los Tardígrados!