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La discriminación de la mujer en los países desarrollados se ha reducido a pasos agigantados durante los últimos cien años: el derecho a voto, el acceso a trabajos que estaban reservados a los hombres, la conquista de la educación universitaria son, entre otros, algunos ejemplos de ello.
Sin ninguna duda hemos avanzado, pero hoy día todavía es posible identificar pequeñas discriminaciones cotidianas de las que muchas veces no somos del todo conscientes y que consisten básicamente en la asignación de roles y estereotipos de género que perpetúan la desigualdad.
A qué se debe que la discriminación de la mujer persista hoy? Básicamente enraíza con la división sexual del trabajo que de forma tradicional se ha aplicado en prácticamente todos los países. Veamos algunas características de esa división:
Los hombres trabajaban fuera de casa y ganaban dinero para mantener a la familia, mientras que las mujeres se dedicaban a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos e hijas o a actividades económicas menores alineadas con el papel de cuidadora. No te resulta ajeno, ¿verdad?
Eran los hombres quienes gozaban del acceso a la educación y al conocimiento. La mujer, por su parte, quedaba excluida por no tener ese mismo bagaje. El poder que los hombres ostentaban no solo se manifestaba a nivel colectivo, sino también en el núcleo familiar, el cual se veía potenciado por la dependencia económica de la mujer.
A raíz de este punto es que nacen las reivindicaciones feministas para la liberación femenina, la lucha por el acceso a la educación, la igualdad laboral, entre otras que nos han permitido avanzar hacia una mayor igualdad de género.
Como vemos, todavía mantenemos ciertos esquemas mentales que se corresponden con una concepción social que mantiene la discriminación de la mujer y hace que no consigamos alcanzar una igualdad plena.