Respuestas
En este momento, mientras usted lee estas líneas, tal vez un niño en algún suburbio de Acra (Ghana) está manipulando el celular que usted desechó hace unos meses por considerarlo muy viejo y que reemplazó por uno de última generación.
Aunque un acuerdo internacional prohíbe la exportación de estos equipos, muchas empresas ilegales, o mafias del contrabando, envían estos equipos en desuso a países africanos o asiáticos desde Suramérica o Norteamérica.
Allí, los menores de edad, explotados como mano de obra, desbaratan el equipo y sacan circuitos, plástico, cobre y otros elementos para venderlos y conseguir algo de dinero para sus familias. Pues, según estudios realizados en la Unión Europea, en promedio los aparatos eléctricos y electrónicos están compuestos en un 25 por ciento por elementos reutilizables y en un 72 por ciento por materiales reciclables (plásticos, metales ferrosos, aluminio, cobre, oro, níquel o estaño).
Este drama social es apenas una parte de un difícil problema que se ha implantado en la humanidad por el incremento del uso de nuevas tecnologías. La otra parte del problema es, sin ser menos grave, un obstáculo ambiental, porque los desperdicios electrónicos siempre contienen sustancias muy peligrosas.
Esa misma investigación de la Unión Europea dice, por ejemplo, que esos desechos incluyen un 3 por ciento de elementos potencialmente tóxicos, entre ellos plomo, mercurio, berilio, selenio, cadmio, cromo, sustancias halogenadas, u otros más complejos como clorofluorocarbonos, bifenilos, arsénico y el amianto, entre otros.
Por ejemplo, la pantalla de un computador tiene plomo, y cuando esta se destruye mal o se arroja sin cuidado en un campo o en una calle (así ocurre en algunos barrios de San Andrés ante las dificultades para sacarlas de la isla), existe la posibilidad de que al degradarse esa sustancia contamine el agua subterránea. Sucede algo similar cuando esa misma pantalla se arroja en un botadero de basura a cielo abierto, como si fuera una lata, un recipiente de plástico u otro desperdicio tradicional, que muchas veces son incinerados.
Todas son sustancias muy agresivas para los suelos y el aire, y afectan gravemente la salud. Para mencionar solo una: el arsénico, presente en semiconductores, es causante de lesiones cerebrales y cardiovasculares.
¿Cómo aprovechar bien lo que es potencialmente reciclable y desechar correctamente lo que contamina? Ese es el reto al que se enfrenta el mundo con una sociedad cada vez más consumista.
El año pasado, en todo el mundo se produjeron casi 49 millones de toneladas métricas de basura electrónica, equivalentes a 7 kilogramos por cada habitante del planeta, cifra que para el 2017 aumentará un 33 por ciento, según un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas.
Un problema frente al que Colombia no es ajeno. Aquí se producen al año alrededor de 143.000 toneladas de residuos electrónicos de computadores, celulares y televisores, por nombrar solo algunos de los electrodomésticos más comprados. Solo de equipos de cómputo los desperdicios llegan a 17.000 toneladas.
El tema se ha discutido ampliamente y ha generado, al menos, tres reacciones principales. Por un lado, una ley con la que se regularía la disposición de estos desperdicios. También la intención del Ministerio de Medio Ambiente por regular el caos a través de programas posconsumo. Y, por último, se suman las iniciativas empresariales en un intento del sector privado por liderar la toma de correctivos.