Respuestas
Respuesta:
Durante varias décadas la estrategia revolucionaria asociada al triunfo de
la Revolución Cubana dominó la política insurreccional en América Latina.
En muchos países pequeños, grupos de jóvenes universitarios, campesinos y
obreros se lanzaron al asalto del cielo desde las montañas, cosechando un
número no despreciable de derrotas. Con la excepción de ese familiar leja-
no que es la Revolución Sandinista de Nicaragua, es imposible hablar de la
aplicación exitosa de la estrategia guevarista o castrista en América Latina.
Justo al inicio del siglo xxi, cuando todo parecía perdido para la revolución
en el mundo, un inesperado y potente proceso insurreccional destruyó el
experimento neoconservador más extremo del mundo y volvió a situar a
Bolivia en el centro de los acontecimientos revolucionarios, como lo había
hecho durante la revolución nacionalista y obrera de 1952-1953.1
Además de impredecible, inesperada y masiva, la insurrección boliviana
fue una ruptura radical con el imaginario revolucionario latinoamericano. Ni
la guerra de guerrillas, ni el partido único, ni el líder providencial, hicieron
parte de sus atributos esenciales. Tampoco la búsqueda del poder del Estado
por la fuerza de las armas. Ni su conservación a toda costa, aun al precio de
liquidar la autonomía de los movimientos sociales. En su lugar, una vasta
y diversa movilización popular cambió las relaciones de poder en mundos
conflictivos tan dispares como lo son el control del agua, el gas y los recur-
sos naturales, y la lucha por la igualdad étnica y la identidad cultural. Entre
2000 y 2005 no sólo fueron derrocados dos presidentes –Gonzalo Sánchez de
Lozada y Carlos Mesa– sino que las regulaciones privadas del agua y del gas,
y el control privado sobre los recursos naturales fueron pulverizados por la
fuerza del movimiento popular.
Explicación:
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