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El concepto de una “historia común” de las Américas, que gozó de un breve apogeo hace poco más de medio siglo1, está hoy decididamente pasado de moda salvo en la retórica de eventos tales como el Día Panamericano y ocasiones similares. Pero si alguna vez el hemisferio compartió alguna experiencia histórica se podría argüir razonablemente fue a fines del siglo XVIII y principios del XIX, cuando las colonias americanas una después de otra empezaron a romper los lazos que las ligaban al poder europeo. Lo común de la experiencia resultaba absolutamente evidente para los que en aquella época aclamaban uno u otro de los varios “Washingtones del sur”, que activamente emulaban los acontecimientos gloriosos hechos de ese mismo “Bolívar (o San Martín) del norte”. No todos los contemporáneos, es cierto, admitían la exactitud del paralelo y posteriormente la historiografía aceptó la presencia de numerosas diferencias. Sin embargo, pareciera que los distintos movimientos independentistas tenían al menos algo en común para permitir alguna comparación significativa por la cual la caracterización tanto de las diferencias como de las semejanzas serviría para clarificar nuestra comprensión de todos ellos.
Para empezar, deberíamos observar que el impulso independentista no era de alcance hemisférico. No solamente había, por todas partes, quienes apoyaban la continuidad del gobierno colonial, sino que en algunas colonias su causa tuvo éxito. El Canadá británico no siguió el ejemplo de sus vecinos del sur, y las españolas Cuba y Puerto Rico se convirtieron en bases seguras para las acciones de las fuerzas realistas que operaban en el continente americano
coronita