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La obra trata sobre como despojan a un campesino de su tierra y lo obligan a irse, este dejando sus tierras en manos de otros empieza a recorrer distintos caminos en donde va conociendo nuevas personas y adquiriendo nuevos conocimientos. Tras muchos hechos finalmente regresa a recuperar su hogar, acción la cual logra. La obra genera una forma de rebeldía, tal que, enseñe al campesino a no ser sumiso y defender sus derechos.
Ya hace mucho tiempo de que se escribió este bello poema por Pablo Antonio Cuadra, los versos y estrofas del mismo reflejan una realidad cotidiana e inmutable en nuestro país. Es simple preguntar cuántos de nuestros abuelos protagonizaron guerras ordenadas por los caudillos de esa época, sin embargo, este tema hay que abordarlo desde dos perspectivas muy diferentes, la primera es en cuanto a la instrumentalización de la fuerza campesina en función de intereses mezquinos y particulares de pequeños grupos nacionales o grandes potencias extranjeras, y la segunda en el lamento permanente y de valentía ejemplar de nuestros hombres, mujeres y niños del campo y la deuda que todavía tenemos con ellos pendientes la sociedad nicaragüense.
En todas las guerras libradas en Nicaragua, la fuerza de los campesinos ha sido vital para darle forma a estos enfrentamientos, no sólo porque la mayor parte de la sociedad nicaragüense había habitado en el campo y vivido de las labores agrícolas, sino que esta fuerza de trabajo era obligada a marcharse a una guerra que a como todas las demás, nunca fueron suyas ni beneficiaban en nada a su familia. Siempre la clase intelectual se encargaba de organizar los regimientos y batallones de hombres sin ningún tipo de preparación militar, se les daba su uniforme de manta, su sombrero y su rifle de chispa a como ellos mismos les llamaban, al final y con apoyo de los hacendados que hacían de reclutadores, para estar bien con el poder, estos miles de campesinos se marchaban a los diferentes puntos del país a tratar de sobrevivir y llegar
ompletos de regreso a sus ranchos, solo con el miedo y el recuerdo permanente del terror en un país que no pintaba ninguna mejora.
Igual que el panorama latinoamericano, los organizadores de las guerras terminaban firmando pactos a espaldas del pueblo y quedaban amasando riquezas por la venta de las armas que sirvieron en los puños de campesinos, para matar por supuesto, a más campesinos. Las guerras más cercanas, a excepción del derrocamiento de la dictadura de Somoza, han seguido esta misma dinámica.
En los años ochenta, y quienes estuvimos en el frente de guerra en uno u otro lado, sabemos que la mayor fuerza de la lucha irregular eran los campesinos, por el lado del Ejército Sandinista se formaron unidades completas y exclusivas de campesinos, entre ellas tenemos los batallones de reserva, las cooperativas de autodefensa, las compañías permanentes territoriales (Copete), y ya no digamos la participación de los famosos “cuñaditos” a como les llamábamos cariñosamente, tenían una participación elevada en las otras unidades militares, los Batallones de Lucha Irregular (BLI), y los Batallones Ligero Cazadores (BLC), entre otras fuerzas.
Ya no digamos la composición principal de las fuerzas de tareas de la Resistencia Nicaragüense, que se les llamaba los “primos”, y que además los corruptos jefes de unidades les pagaban hasta con dólares falsos, eran en su mayoría campesinos que adoctrinados con el terror hacia los comunistas “come niños”, daban su vida con tal de eliminar de Nicaragua a los “piricuacos”, término con el que se designaba a los combatientes sandinistas