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«Los colores en realidad no existen, son percepciones», explica Jordi Monés, médico oftalmólogo y retinólogo y director del Instituto de la Mácula y de la Retina. Es decir, que las cosas por sí solas no tienen un color. «El que las veamos de un color u otro depende de cómo sea nuestro detector (la retina) y de todo lo que nuestro cerebro haya aprendido a lo largo de la vida».
Según dice, «las personas tenemos tres tipos de fotorreceptores (células sensibles a la luz), capaces de captar los colores y que reciben el nombre de conos». Estos se concentran en la retina, una especie de pared sobre la que se proyectan las imágenes que llegan a través de la pupila y el cristalino, como si se tratara de una pantalla de cine. Pues bien, existe un sinfín de variaciones que pueden alterar la retina, como la edad, enfermedades genéticas como el daltonismo o la composición del líquito interno del ojo, que pueden cambiar la forma que tenemos de percibir esas imágenes.
Tal como explica Monés, todo el proceso «es un fenómeno totalmente cerebral y muy mediatizado por pequeños matices» que determinan que sea imposible que dos personas vean un mismo objeto de la misma forma. Más allá del vestido, el lector podrá comprobar en un ambiente bien iluminado que percibe el entorno de distinta forma abriendo primero el ojo izquierdo y luego solo el derecho, o después de haber estado a oscuras o deslumbrado por la luz del sol.
Explicación:
ojala te sirva uwu