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Explicación:
Tamaño: las bacterias son hasta 100 veces más grandes que los virus. Y eso teniendo en cuenta que en ambos casos son imperceptibles al ojo humano y sólo se detectan a través de un microscopio especial. Las bacterias pueden verse con un microscopio óptico, mientras que los virus sólo pueden detectarse mediante un microscopio electrónico, empleando una lente electromagnética.
Estructura: Los virus tienen una composición algo más simple formada por una partícula de genoma de ARN o ADN encerrada en una cubierta de proteína. En cambio, las bacterias presentan una estructura interior algo más compleja con una pared celular donde se localizan el citoplasma, los ribosomas y el genoma bacteriano.
Reproducción: Es otra de las cuestiones que no comparten virus y bacterias. Las bacterias tienen la capacidad de crecer y reproducirse por sí mismas. Y de esas células resultantes pueden salir más divisiones. Los virus no tienen la capacidad de dividirse por sí mismo, se replican sin parar y atacan a otras células para transmitir su información genética. Hacen copias de sí mismo, pero en las células vivas de su huésped, al cual infectan y enferman.
Resistencia: Presentes en casi todos los hábitats del planeta, las bacterias cuentan con mecanismos que las vuelven muy resistentes. Por este motivo, a diferencia de los virus, son capaces de sobrevivir a temperaturas extremas y durante largos periodos de tiempo fuera de otros organismos. También aumenta su capacidad de supervivencia el hecho de que puedan obtener alimento de muchas fuentes diferentes, tanto orgánicas como inorgánicas.
En el caso de los virus, en general, pueden sobrevivir durante horas e incluso días, sobre todo en superficies duras de acero inoxidable o plásticas, pero con el tiempo se vuelve menos infeccioso porque, sin poder replicarse, el virus se descompone con el tiempo.
Tratamiento: Es la mayor diferencia entre los virus y las bacterias. Los antibióticos no son eficaces contra los virus –no los mata- y además pueden suponer un riesgo grave para el paciente, ya que aparecen resistencias bacterianas. En tanto, para atacar a determinados virus se han desarrollado medicamentos antivirales.
Si el origen de la enfermedad es bacteriano y se dispone de un antibiótico adecuado, el tratamiento es relativamente asequible y completando el esquema de tratamiento, se suele volver a un estado normal en pocos días o semanas. Si el origen de la enfermedad es viral, la situación se puede llegar a complicar –dependiendo del virus- porque no se dispone de un arsenal antiviral al mismo nivel, ni en cantidad ni en efectividad. En muchas ocasiones, el sistema inmunitario es el único aliado.
Los profesionales de la salud se encuentran entonces ante infecciones bacterianas muy patógenas que cuentan con un tratamiento eficaz y ante infecciones víricas, causadas por virus, que no son tan patógenas pero que no cuentan con un tratamiento eficaz, por lo que pueden resultar muy graves en pacientes de mayor edad, con un sistema inmunitario debilitado o con patologías previas.
Esto último es lo que ocurre hoy en día en el mundo con COVID-19, la enfermedad que provoca el nuevo coronavirus. Lo que hoy sabemos de este nuevo virus es que para evitar que se transmita hay que insistir con el lavado de manos, desinfección de las superficies y mantener la distancia social.