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los videojuegos ,las bandas ,los bailes lentos ,el salir a andar en bicicleta, las horas de llamadas con el teléfono fijo.
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Como lo anticipó Ellen Key en su libro El siglo de los niños (1900), durante el siglo XX se desarrolló un gran interés por la infancia, que se evidenció en el desarrollo de numerosas instituciones, formas de socialización y patrones culturales que tuvieron a los niños, como su centro de atención.
A partir de la década de los veinte, la preocupación pública por la situación de los niños estuvo marcada por la cuestión social. Así, las políticas de bienestar de la época planteaban que la modernización del país dependía directamente del mejoramiento de las condiciones de vida de los seres más vulnerables y desprotegidos de la sociedad como los trabajadores, mujeres y niños. Para esto, se desarrollaron una serie de proyectos que incorporaron a la figura del infante, no sólo en los discursos y plataformas programáticas, como lo fue la polémica Ciudad del Niño, sino que también como figura representativa del futuro de la nación.
El principal centro de interés político estuvo enfocado en disminuir la mortalidad infantil, lo que se logró bien avanzado el siglo. La vulnerabilidad que afectaba a los niños era tanto sanitaria, como moral y el alma de los menores era amenazada por la delincuencia infantil, las precarias condiciones de trabajo, el abandono de los padres y el uso "inapropiado" del tiempo libre. En este contexto, varias leyes de protección a la infancia que buscaban controlar la marginalidad, el abandono y la delincuencia fueron promulgadas desde 1912, a las que se les sumaron las leyes laborales de 1924.
A su vez, desde fines del siglo XIX, la educación primaria también comenzó a cobrar protagonismo y a ampliar su alcance. Uno de los mecanismos para incentivarla fue la alimentación escolar, aunque con resultados insuficientes. Sin embargo, la cobertura se transformó en un objetivo explícito a partir de la promulgación de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria en 1920, pese a que su aplicación se demoró varias décadas en concretarse. Así, desde 1928 hasta principios del siglo XXI, sucesivas reformas educacionales se propusieron ampliar la cobertura escolar y adecuar los objetivos educacionales a las necesidades del país y a los aportes de la pedagogía y de la sicología infantil, lo que se tradujo en la creación de organizaciones que, tanto dentro como fuera de la escuela, moldearon la formación moral de los niños, como los Boy Scouts, Los Pioneros (agrupación de niños comunistas) y Los Niños Cruzados (de origen católico).
A lo largo del siglo XX, varios escritores incorporaron a los niños en la literatura, mientras que la narrativa infantil tuvo importantes cultores, como Gabriela Mistral. A partir de los años 40 la especialización y la difusión aumentó, sobre todo con autores como Marcela Paz y Hernán del Solar y la amplia distribución de las revistas para niños, siendo la más exitosa El Peneca. Entre las décadas de 1960 y 1970 la socialización a través de la lectura comenzó a declinar y el ocio infantil se canalizó a través de programas de radio y televisión y más adelante con los novedosos videojuegos y la expansión computacional.
En el ámbito privado las formas de crianza se modificaron a tal grado que, el castigo y la disciplina rígida dejaron de ser considerados métodos legítimos de educación, lo que no ha evitado que sigan presentes prácticas de maltrato y abuso hasta el día de hoy.
A lo largo del siglo XX, la doctrina de los derechos del niño traspasó la frontera de la discusión intelectual para representar una nueva visión que ha implicado cambios trascendentales, en la forma de concebir el lugar que ellos tienen en nuestra sociedad. Paradójicamente esto se desarrolla en momentos en que el número de niños ha disminuido notablemente, ya que, mientras la tasa global de fecundidad era de 3,6 hijos por mujer en 1970, la cifra disminuyó a 2,3 en 2002.