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Elementos de fantasía:
Esta leyenda surgió cuando nuestro país aún era llamado la Nueva España. Se dice que una hermosa joven española llamada Beatriz llegó a la capital en compañía de su padre Gonzalo de Espinosa. Ella rondaba los 20 años y era reconocida por su bondad y buenas costumbres.
Como era de esperarse, sus encantos físicos llamaron la atención de muchísimos hombres, quienes no dejaban de pretenderla ni un momento; sin embargo, ella no respondía las atenciones de ninguno y se mostraba desinteresada en lo que se refiriera al matrimonio.
Uno de sus pretendientes era el italiano Martín de Scopoli quien estaba literalmente loco de amor por ella. Beatriz evitaba verlo y rechazaba cualquier galantería de su parte. No obstante, Martín no se rendía. Cada noche visitaba el balcón de su amada y, llevado por los celos, retaba a duelo a cada hombre que se acercaba a pretender a la joven.
Así sucedió la muerte de varios hombres a manos del italiano. Cuando Beatriz se enteró de los terribles sucesos no pudo evitar sentirse culpable por aquellos fallecimientos y optó por ponerle un remedio a la locura de Martín.
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Una mañana pidió a los empleados de su lujosa residencia que la dejaran sola y, una vez que se fueron, llenó un recipiente con carbón ardiente. Tomó valor y metió su bello rostro para desfigurarlo y deshacerse de la belleza que atraía a tantos hombres.
Sus gritos se escucharon a varias calles de su casa y muchos corrieron a su auxilio. Cuando llegaron vieron con horror el rostro de la joven, quien no dejaba de gritar de dolor. Al enterarse, Martín acudió lo más rápido que pudo al domicilio de su amada y, a diferencia de los demás, no se apartó de ella ni hizo algún ademán de desagrado.
El italiano le confesó que él la amaba por su interior y no por su belleza física, por lo que seguía en pie su propuesta de matrimonio. Ante la inesperada confesión, Beatriz no pudo hacer más que aceptar y casarse con él portando un velo blanco.
Después de la boda y hasta el final de sus días, la española portó un velo negro que cubría las cicatrices de su insólita acción, mientras que la calle donde vivía fue conocida como la “calle de la quemada”
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