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Construir una ciudad y una torre que llegue al cielo para albergar y asegurar la convivencia social de los habitantes. Esto hace notar un paso adelantado del pensamiento de una idea que puede ser catalogado como un acto de arrogancia y un desbordamiento de la ambición.
El proyecto de Babel fue posible cuando los habitantes de la llanura de Sinar descubrieron la forma de hacer ladrillos y usar asfalto natural para hacer grandes edificaciones. Ese avance científico fue una exaltación de la ingeniería y hacía ver las posibilidades de desarrollo de construir magnas edificaciones para asegurar protección contra otro diluvio y la dispersión de los habitantes.
Se da el caso que de la ambición y la fuerza de voluntad para proveer seguridad y autonomía propia de la naturaleza del animal racional; pero, en el caso de la torre de Babel, el humano llega a infatuarse de tal manera que dijo: “Vamos a construir una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo… nos haremos famosos y no tendremos que dispersarnos por toda la tierra”. (Génesis 11:4).
La idea de Babel fue concebida y comenzada a ejecutarse a espalda de Dios; pues, la planificación concebida para el súper proyecto fue frustrada y desbaratada cuando “se confundió el idioma de todos, no se entendieron y los habitantes que se habían unido en ideas y propósitos se dispersaron por todo el mundo.
Contrario a lo que pasó en la llanura de Sinar, cincuenta días después de la resurrección de Jesús el crucificado, se manifestó el poder del Espíritu Santo, evento que conocemos como Pentecostés y fue para unir, aglutinar, hacer comprender y dar testimonio que la obra de la redención tomaba una nueva fase de apoderamiento capacitando a los apóstoles para proclamar el mensaje de salvación, de modo que todos los oyentes oían y entendían las “Buenas Nuevas” que unificaban a los que vivían diseminados por toda la tierra.
En Babel hubo confusión y dispersión, en Pentecostés hubo reunificación; porque: “todos los creyentes estaban en un mismo lugar… cada uno oía hablar en su propia lengua” la proclamación del evangelio.
El acontecimiento de Pentecostés fue el hecho extraordinario que cumplió la promesa de Jesucristo al decirle a sus discípulos: “cuando venga el Defensor, el Espíritu de la verdad… que yo voy a enviar… él será mi testigo”. (San Juan 15:26).
El Espíritu Santo fue derramado en Pentecostés para dar testimonio de la presencia continuada del Señor en su pueblo. Ese día se abrió el camino de la vida eterna de manera cierta a toda raza y nación. Fue momento de unificación, aglutinamiento, refuerzo espiritual, capacitación para proclamar con palabras y hechos, “el amor de Dios que sobrepasa todo entendimiento”.