explica qué contradicciones halla el autor en el mall.
es urgente doy corona
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El mall, la catedral del consumo
Es seguro que muchos lectores habrán vivido la experiencia de caminar en el interior de un
mall. Cada vez que lo hago siento esta sensación: la de estar en el interior de un laberinto. Nunca he
entendido por qué se me produce esa experiencia de perder el rumbo, de quedarme sin referencia, de
estar cegado y no poder encontrar la puerta de salida. Quizá sea porque el mall parece ser el mundo de
la variedad casi sin límites, pero en el fondo es el lugar de la repetición, donde todo se parece y es
difícil, por ello, encontrar los puntos cardinales.
Como se ha dicho, el mall y los créditos masivos son los dos principales dispositivos de
facilitación del consumo. Entre las múltiples significaciones del mall hay una que enfatizaré: el mall
como incitador del deseo.
El mall es un espacio privado con aspectos de espacio público, con acceso en apariencia libre,
pero sometido a discreto control, con sus entradas, salidas y circulación vigiladas por cámaras
invisibles. Pero esos guardias silenciosos parecen estar allí para otorgarnos protección, en ningún caso
para proteger las instalaciones. Sin embargo, ningún movimiento escapa a su mirada. Ese control
silencioso, pero eficiente, puede considerarse una metáfora del control social, cada vez más sofisticado,
de las sociedades en que vivimos.
Dentro del mall, los objetos se muestran, se exhiben, realizando la simulación de su
disponibilidad para quien quiera tomarlos. Los objetos se ponen en escena en medio del cuidado diseño
de las vitrinas, en un ambiente climatizado, con sanitarios en los lugares estratégicos. El lugar está
concebido para erotizar. Los objetos se insinúan, se ofrecen, parecen cobrar movimiento y vida. El
espectáculo de la muchedumbre agitada, con los ojos brillantes por el juego de procesar posibilidades,
opera como incitador, presiona los clientes vacilantes. Estos, después de múltiples vueltas innecesarias,
terminan por comprar lo menos pensado, pero algo siempre compran para sentirse en condiciones de
finalizar el rito. En el interior de ese espacio se produce el contagio de comprar, casi todos sienten las
sensación de estar siguiendo una corriente irresistible.
Los mall pertenecen al orden de los simulacros, producen la idea de un paraíso generalizados
del consumo. No obstante, todos aquellos que compran a crédito, después del placer instantáneo
conseguido con la credencial de cliente confiable, deben enfrentar el sacrificio y muchas veces el
purgatorio de los pagos mensuales. Como es obvio, el consumo es un verdadero paraíso para aquellos
cuyos salarios están más allá de la escasez. Ellos pueden consumir sin tomar en cuenta el valor,
considerando sólo a los objetos en sí mismos o aspectos tales como los espacios de sus casas o el uso
del tiempo.
Los mall lindan con la obscenidad. En ellos puede constatarse, mejor que en parte alguna, la
lógica capitalista del despilfarro. En ellos se observa palpablemente que la producción no se rige sólo
por necesidades, sino que también por la competencia siguiendo los vaivenes de la moda. Esto fuerza a
la continua renovación de objetos que no han terminado su ciclo de vida, pero que son desplazados por
cambios del gusto o, en el mejor de los casos, por cambios marginales de utilidad. En los mal se ve
cómo se malgastan recursos sin considerar la miseria de millones, sin tomar en cuenta los sacudones
internos que puede producir la inducción del deseo de consumir en ser
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explica que contradicciónes halla el autor en el mall