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La guerra fue para la empobrecida sociedad rusa un asunto impopular desde el inicio y los miles de campesinos que quedaban en los campos de batalla ni sabían por qué morían. También había descontento entre los militares. Había hambre en las trincheras, en las ciudades y en los campos.
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Los retumbos de la epopeya revolucionaria de los bolcheviques soviéticos que trastocó el poder de los zares rusos, en octubre de 1917, tardaron en arribar a América Latina, y particularmente a Bolivia. En efecto, los vientos del marxismo, teoría inspiradora de la Revolución rusa, recién llegaron a Bolivia de la batuta de José Aguirre Gainsborg, joven teórico marxista que en Córdoba (Argentina), al influjo de la Reforma universitaria en boga, fundó en 1935 el Partido Obrero Boliviano (POR).
Gainsborg, conjuntamente con Tristan Marof, fue propagando aquellas ideas socialistas que sustentaban a la Revolución rusa. Quizás el momento crucial para afianzar la impronta ideológica del POR fue posterior a la IV Internacional, organización internacional de partidos comunistas que dio lugar a la identidad política/ideológica del trotskismo en contraposición del stalinismo. Desde ese instante, el concepto de la revolución permanente se incorporó en el repertorio ideológico del trotskismo boliviano, que se impuso por ejemplo en el congreso extraordinario de la Federación Sindical Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) a través de la Tesis de Pulacayo, la cual planteaba que “la revolución demo-burgueses debe convertirse solo en una fase de la revolución proletaria, que es su fin último”. Desde ese momento aquella tesis fue el faro que iluminó el sendero del movimiento obrero boliviano.
El advenimiento del nacionalismo revolucionario articuló la “cuestión revolucionaria” en su discurso. De allí la “revolución proletaria” se diluyó para dar paso a la “izquierda nacionalista”, desplazando del espectro político/ideológico, como efecto colateral, a la “izquierda revolucionaria”, y a la vez marchitando la ilusión de un poder dual (René Zavaleta dixit) y de la propia revolución proletaria.
Un momento clave para plasmar estas ideas revolucionarias socialistas se dio durante la Asamblea Popular, organizada a inicios los 70 con el propósito de impulsar la conformación de un gobierno de soviets; sueño que también se trucó. Probablemente estas ideas revolucionarias quedaron impregnadas en el imaginario del sindicalismo boliviano inclusive hasta la década de los 80.
Otra fuente del impacto ideológico de la Revolución rusa en Bolivia ocurrió por intermedio de la fundación del Partido Comunista de Bolivia (PCB) a mediados del siglo XX. Esta vía política/ideológica fue menos influyente. En el curso de los años 60, la efervescencia de la Revolución cubana y la presencia de la guerrilla guevarista adquirieron resonancia ideológica. Aunque cuando el Che llegó a Bolivia enarbolando la idea bolchevique del “hombre nuevo” irónicamente ya estaba desencantado de la revolución soviética por su burocratización. Y el legado de la presencia del guerrillero argentino-cubano fue la conformación del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que luego fue exterminado en las selvas de Teoponte.
Quizás el mayor impacto de la Revolución rusa en Bolivia ocurrió a la inversa. Las ideas anticomunistas derivaron en la Doctrina de Seguridad Nacional, sobre todo en el contexto de la Guerra Fría y durante la época de las dictaduras, que orientaron las acciones de los sectores conservadores bolivianos, asumiendo para este fin como su principal referente ideológico luchar contra su enemigo interno, el comunismo; o como diría Carlos Marx: “la historia siempre avanza por su peor lado”.
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