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Las razones por las que tantas personas no pueden satisfacer sus necesidades fundamentales son complejas. Al ser esencialmente de naturaleza política, económica, estructural y social, se refuerzan por la ausencia de voluntad política y por la inadecuación de las medidas que toman los poderes públicos, especialmente en lo que toca a la explotación de los recursos locales.
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En el plano individual los seres están limitados por la imposibilidad de acceder a los recursos, al conocimiento o a las ocasiones de disfrutar de un modo de vida decente.
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En el plano social, las causas principales son las desigualdades en el reparto de los recursos, de los servicios y del poder. Estas desigualdades a veces están institucionalizadas en forma de tierras, de capital, de infraestructuras, de mercados, de crédito, de enseñanza y de servicios de información o de asesoría. Lo mismo ocurre con los servicios sociales: educación, sanidad, agua potable e higiene pública. Esta desigualdad en los servicios perjudica más a las zonas rurales, en las que no es sorprendente que vivan el 77% de los pobres del mundo en desarrollo9. Pero los pobres de las ciudades están todavía más desfavorecidos que los del campo.
Todas estas dificultades afectan más a las mujeres que a los hombres, lo que agrava aún más el problema de la situación respectiva de unas y otros. A pesar de la protección jurídica e institucional, esta desigualdad persiste y se extiende. El rostro de la pobreza en el mundo es cada día más femenino.
La desigualdad que se agrava en el reparto de los ingresos y de la riqueza en el seno de los países y entre ellos, contribuye a consolidar esta pobreza: la consecuencia es que se acrecienta la diferencia entre el 20% más rico y el 20 más pobre. En 1991 la participación en el producto mundial bruto real de los países industrializados --que constituyen el 22% de la población mundial-- era del 61%, lo que dejaba el 39% restante al 78% de la población que vive en países en desarrollo10.
Gracias a sus inversiones en recursos humanos, algunos países han conseguido asociar crecimiento económico y reducción de las desigualdades. Dentro de los mismos países varían enormemente los niveles de desigualdad; en las naciones desarrolladas, la diferencia entre el 20% de las familias más ricas y el 20% más pobres va de 4,34 a 1 en Japón, hasta de 9,6 a 1 en el Reino Unido; entre las naciones más pobres, las disparidades son de una amplitud comparable en una gran parte de Asia, donde son de 6 a 1 de media y en el oeste de este continente, en el que la media es de 7 a 111. Pero en la mayor parte de África las diferencias son aún más fuertes (13 a 1 de media) y llegan al máximo en América Latina (17,5 a 1 de media).
Las ciudades y el campo están separadas por grandes desigualdades tanto en lo que se refiere a los servicios de salud como de educación y de planificación familiar. Las distancias varían en una media de 2,8 a 1 en América Latina hasta 4,2 a 1 en Asia y cerca de 8 a 1 en África.
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En el plano individual los seres están limitados por la imposibilidad de acceder a los recursos, al conocimiento o a las ocasiones de disfrutar de un modo de vida decente.
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En el plano social, las causas principales son las desigualdades en el reparto de los recursos, de los servicios y del poder. Estas desigualdades a veces están institucionalizadas en forma de tierras, de capital, de infraestructuras, de mercados, de crédito, de enseñanza y de servicios de información o de asesoría. Lo mismo ocurre con los servicios sociales: educación, sanidad, agua potable e higiene pública. Esta desigualdad en los servicios perjudica más a las zonas rurales, en las que no es sorprendente que vivan el 77% de los pobres del mundo en desarrollo9. Pero los pobres de las ciudades están todavía más desfavorecidos que los del campo.
Todas estas dificultades afectan más a las mujeres que a los hombres, lo que agrava aún más el problema de la situación respectiva de unas y otros. A pesar de la protección jurídica e institucional, esta desigualdad persiste y se extiende. El rostro de la pobreza en el mundo es cada día más femenino.
La desigualdad que se agrava en el reparto de los ingresos y de la riqueza en el seno de los países y entre ellos, contribuye a consolidar esta pobreza: la consecuencia es que se acrecienta la diferencia entre el 20% más rico y el 20 más pobre. En 1991 la participación en el producto mundial bruto real de los países industrializados --que constituyen el 22% de la población mundial-- era del 61%, lo que dejaba el 39% restante al 78% de la población que vive en países en desarrollo10.
Gracias a sus inversiones en recursos humanos, algunos países han conseguido asociar crecimiento económico y reducción de las desigualdades. Dentro de los mismos países varían enormemente los niveles de desigualdad; en las naciones desarrolladas, la diferencia entre el 20% de las familias más ricas y el 20% más pobres va de 4,34 a 1 en Japón, hasta de 9,6 a 1 en el Reino Unido; entre las naciones más pobres, las disparidades son de una amplitud comparable en una gran parte de Asia, donde son de 6 a 1 de media y en el oeste de este continente, en el que la media es de 7 a 111. Pero en la mayor parte de África las diferencias son aún más fuertes (13 a 1 de media) y llegan al máximo en América Latina (17,5 a 1 de media).
Las ciudades y el campo están separadas por grandes desigualdades tanto en lo que se refiere a los servicios de salud como de educación y de planificación familiar. Las distancias varían en una media de 2,8 a 1 en América Latina hasta 4,2 a 1 en Asia y cerca de 8 a 1 en África.
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