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En sus escritos, Pablo pone de relieve la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad en la vida del cristiano. El Espíritu habita en nuestros corazones; ha sido enviado por Dios para que nos identifique con el Hijo y podamos exclamar ¡Abbá, Padre! Dejarse conducir por el Espíritu, que nos da la vida en Cristo Jesús, libera de la ley del pecado y de la muerte; lleva a que se manifiesten en la vida del creyente las obras –los frutos– del Espíritu Santo: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley. Los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu