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Soplaba el viento del Norte y de él fluía rojos y dorados los últimos días del otoño. Solemne y fría caía la tarde sobre los marjales.
Todo estaba sumido en la quietud.
Entonces la última paloma volvió a su casa de los árboles en tierra seca a la distancia, y su forma ya se había vuelto misteriosa en la niebla.
Todo volvió a estar sumido en la quietud.
Cuando la luz iba desvaneciéndose y la niebla volviéndose más espesa, el misterio vino arrastrándose de todas partes.
Entonces las verdes avefrías vinieron plañideras y se posaron todas.
Y otra vez hubo silencio, salvo cuando una de las avefrías revoloteaba un trecho emitiendo el grito del descampado. Y acallada y silenciosa estuvo la tierra a la espera de la primera estrella. Entonces llegaron los patos y las maracas, bandada tras bandada: y toda la luz del día se desvaneció, salvo una franja roja sobre el horizonte. Sobre la franja aparecieron, negras y terribles, las alas de una bandada de gansos batiendo el aire de los marjales. También éstos descendieron entre los juncos.
Entonces aparecieron las estrellas y brillaron en la quietud y hubo silencio en los vastos espacios de la noche.
De pronto irrumpieron las campanas de la catedral de los marjales que llamaban a oraciones vespertinas.
Ocho siglos atrás los hombres habían construido la enorme catedral a orillas de los marjales, o quizá fue hace siete siglos, o puede que nueve... lo mismo les daba a las Criaturas Silvestres.
De modo que se celebraron las oraciones vespertinas, se encendieron las velas y las luces a través de las ventanas brillaban rojas y verdes en el agua, y el sonido del órgano vibró estruendoso sobre los marjales. Pero desde los lugares profundos y peligrosos, bordeados de musgo luminoso, las Criaturas Silvestres vinieron brincando para bailar sobre el reflejo de las estrellas, y por sobre sus cabezas los fuegos fatuos flotaban y fluían.
Las Criaturas Silvestres tienen algo de humano en la apariencia, sólo que su piel es parda y apenas alcanzan los dos pies de altura. Sus orejas son puntiagudas como las de las ardillas, sólo que mucho más grandes, y saltan a alturas prodigiosas. Viven todo el día sumergidas en los estanques profundos en medio de los marjales más solitarios, pero de noche salen a la superficie y bailan. Cada Criatura Silvestre tiene sobre la cabeza un fuego fatuo que se mueve junto con ella; no tienen alma y no pueden morir, y son de la familia de los elfos.
Toda la noche bailan sobre los pantanos andando sobre el reflejo de las estrellas (porque la sola superficie del agua no los sostiene por sí misma); pero cuando las estrellas comienzan a palidecer, se hunden una por una en los estanques donde tienen su hogar. O, si se retardan descansando sobre los juncos, sus cuerpos van desvaneciéndose y volviéndose invisibles al igual que los fuegos fatuos empalidecen a la luz, y de día nadie puede ver a las Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos. Nadie puede verlas ni siquiera de noche, salvo que haya nacido, como yo, a la hora del anochecer, justo en el momento en que aparece la primera estrella.
Ahora bien, en la noche de la cual hablo, una pequeña Criatura Silvestre había ido deslizándose por el descampado hasta llegar a los muros de la catedral y bailó sobre las imágenes coloridas de los santos espejadas en el agua entre los reflejos de las estrellas. Y mientras brincaba en su fantástica danza, vio a través de los vitrales de colores el lugar donde la gente rezaba y oyó el órgano que sonaba estruendoso sobre los marjales. El sonido del órgano sonaba estruendoso sobre los marjales, pero el canto y las oraciones de la gente ascendían desde la más alta de las torres de la catedral como finas cadenas de oro y llegaban hasta el Paraíso y por ellas bajaban los ángeles desde el Paraíso a la gente, y desde ésta subían al Paraíso una vez más.
Todo estaba sumido en la quietud.
Entonces la última paloma volvió a su casa de los árboles en tierra seca a la distancia, y su forma ya se había vuelto misteriosa en la niebla.
Todo volvió a estar sumido en la quietud.
Cuando la luz iba desvaneciéndose y la niebla volviéndose más espesa, el misterio vino arrastrándose de todas partes.
Entonces las verdes avefrías vinieron plañideras y se posaron todas.
Y otra vez hubo silencio, salvo cuando una de las avefrías revoloteaba un trecho emitiendo el grito del descampado. Y acallada y silenciosa estuvo la tierra a la espera de la primera estrella. Entonces llegaron los patos y las maracas, bandada tras bandada: y toda la luz del día se desvaneció, salvo una franja roja sobre el horizonte. Sobre la franja aparecieron, negras y terribles, las alas de una bandada de gansos batiendo el aire de los marjales. También éstos descendieron entre los juncos.
Entonces aparecieron las estrellas y brillaron en la quietud y hubo silencio en los vastos espacios de la noche.
De pronto irrumpieron las campanas de la catedral de los marjales que llamaban a oraciones vespertinas.
Ocho siglos atrás los hombres habían construido la enorme catedral a orillas de los marjales, o quizá fue hace siete siglos, o puede que nueve... lo mismo les daba a las Criaturas Silvestres.
De modo que se celebraron las oraciones vespertinas, se encendieron las velas y las luces a través de las ventanas brillaban rojas y verdes en el agua, y el sonido del órgano vibró estruendoso sobre los marjales. Pero desde los lugares profundos y peligrosos, bordeados de musgo luminoso, las Criaturas Silvestres vinieron brincando para bailar sobre el reflejo de las estrellas, y por sobre sus cabezas los fuegos fatuos flotaban y fluían.
Las Criaturas Silvestres tienen algo de humano en la apariencia, sólo que su piel es parda y apenas alcanzan los dos pies de altura. Sus orejas son puntiagudas como las de las ardillas, sólo que mucho más grandes, y saltan a alturas prodigiosas. Viven todo el día sumergidas en los estanques profundos en medio de los marjales más solitarios, pero de noche salen a la superficie y bailan. Cada Criatura Silvestre tiene sobre la cabeza un fuego fatuo que se mueve junto con ella; no tienen alma y no pueden morir, y son de la familia de los elfos.
Toda la noche bailan sobre los pantanos andando sobre el reflejo de las estrellas (porque la sola superficie del agua no los sostiene por sí misma); pero cuando las estrellas comienzan a palidecer, se hunden una por una en los estanques donde tienen su hogar. O, si se retardan descansando sobre los juncos, sus cuerpos van desvaneciéndose y volviéndose invisibles al igual que los fuegos fatuos empalidecen a la luz, y de día nadie puede ver a las Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos. Nadie puede verlas ni siquiera de noche, salvo que haya nacido, como yo, a la hora del anochecer, justo en el momento en que aparece la primera estrella.
Ahora bien, en la noche de la cual hablo, una pequeña Criatura Silvestre había ido deslizándose por el descampado hasta llegar a los muros de la catedral y bailó sobre las imágenes coloridas de los santos espejadas en el agua entre los reflejos de las estrellas. Y mientras brincaba en su fantástica danza, vio a través de los vitrales de colores el lugar donde la gente rezaba y oyó el órgano que sonaba estruendoso sobre los marjales. El sonido del órgano sonaba estruendoso sobre los marjales, pero el canto y las oraciones de la gente ascendían desde la más alta de las torres de la catedral como finas cadenas de oro y llegaban hasta el Paraíso y por ellas bajaban los ángeles desde el Paraíso a la gente, y desde ésta subían al Paraíso una vez más.
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