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Desde la óptica conceptual durkheimniana, François Simiand planteó en 1898 las razones por las que la revista L`Année sociologique no tenía una sección dedicada a la sociología política diciendo que “los hechos de gobierno eran demasiado complejos, particulares y muy poco científicamente conocidos como para ser utilizables por la sociología”1, sin embargo, no descartó la posibilidad de encontrar categorías de hechos susceptibles de ser analizados de un modo sistemático. Cinco años más tarde, Èmile Durkheim y Paul Fauconnet retomaron el tema y diferenciaron lo que hoy denominamos procesos de coyuntura de los de estructura. Entre los primeros mencionaron las guerras, las intrigas de cortes o de asamblea y los actos de las personalidades, cuyas “combinaciones, (...) nunca son semejantes a sí mismas, si bien se las puede narrar y, con razón o sin ella, no parecen proceder de ninguna ley definida (...) Por el contrario, las instituciones, aun cuando evolucionan, conservan sus rasgos esenciales durante largos períodos y a veces durante toda la continuidad de una misma existencia colectiva puesto que expresan aquello que existe como lo más profundamente constitutivo de toda organización social. Además, una vez despojadas del revestimiento de hechos particulares que disimulaba su estructura interna, se constató que ésta, aunque variando más o menos de un país a otro, presentaba, sin embargo, similitudes notables en sociedades diferentes (...)”2. Sirvan estas breves referencias clásicas para anunciar los encuadres y límites de las consideraciones sociológicas que desarrollaremos sobre el actual proceso argentino de transición a la democracia.
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