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LA IDEOLOGÍA NAZI DE LA RAZA
Adolf Hitler, el Führer (líder) del partido Nazi, formuló y articuló las ideas que llegaron a conocerse como la ideología nazi. Se consideraba a sí mismo un pensador profundo y riguroso y estaba convencido de que había encontrado la clave para comprender un mundo extraordinariamente complejo. Creía que las características, actitudes, habilidades y comportamientos de una persona estaban determinados por su presunta constitución racial. Desde el punto de vista de Hitler, todos los grupos, razas o pueblos (usaba esos términos indistintamente) poseían rasgos inherentes e inmutables que se transmitían de generación en generación. Ningún individuo podía superar las cualidades innatas de la raza. Toda la historia humana podía explicarse en términos de la lucha de razas.
Para formular su ideología de la raza, Hitler y los nazis tomaron ideas de los darwinistas sociales alemanes de fines del siglo XIX. Al igual que los darwinistas sociales que los precedieron, los nazis creían que los seres humanos se podían clasificar colectivamente en “razas” y que cada una de esas razas tenía características distintivas que se habían transmitido genéticamente desde la primera aparición de los humanos en tiempos prehistóricos. Estas características heredadas no solo se relacionaban con la apariencia externa y con la estructura física, sino que también influían en la vida mental, los modos de pensar, las habilidades creativas y organizativas, la inteligencia, el gusto y la valoración de la cultura, la fortaleza física y la destreza militar.
Los nazis también adoptaron la visión de los darwinistas sociales respecto a la teoría darwiniana de la evolución respecto a la “supervivencia del más apto”. Para los nazis, la supervivencia de una raza dependía de su capacidad para reproducirse y multiplicarse, la acumulación de tierras para mantener y alimentar a esa población en crecimiento, y el cuidado en mantener la pureza de su patrimonio genético para así preservar las características “raciales” únicas con las que la “naturaleza” la había dotado para que tuviera éxito en la lucha por sobrevivir. Como cada “raza” buscaba expandirse, y dada la finitud del espacio en la Tierra, la lucha por la supervivencia se traducía “naturalmente” en conquista violenta y confrontación militar. Por lo tanto, la guerra -- incluso la guerra constante -- era parte de la naturaleza, una parte de la condición humana.
Para definir una raza, los darwinistas sociales establecían estereotipos, tanto positivos como negativos, de la apariencia, el comportamiento y la cultura de los grupos étnicos, que supuestamente eran invariables y estaban arraigados en la herencia biológica, eran inmutables a lo largo del tiempo e inmunes a cambios en el entorno, el desarrollo intelectual o la socialización. Para los nazis, la asimilación de un miembro de una raza por parte de otra cultura o grupo étnico era imposible porque los rasgos hereditarios originales no podían cambiar: solamente se podían degenerar a través de la llamada mezcla de razas.