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16 de octubre de 1962. La Casa Blanca recibe información fidedigna acerca de la instalación de rampas lanzamisiles en Cuba. Durante trece días, las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética se convierten en un tenso tira y afloja. ¿Habrá guerra nuclear? Obviamente, a marzo de 2001 sabemos que no la hubo. Por tanto, el interés de Trece días no reside tanto en saber cómo termina, sino en conocer los entresijos del entorno del presidente John F. Kennedy: las discusiones entre halcones y palomas, los conflictos morales planteados al dar una respuesta adecuada a la provocación rusa, las decisiones que se toman cuando el contrario mueve ficha…
En su guión, David Self se ha inclinado por inventar lo menos posible y ceñirse a los hechos que se conocen. En este punto se aleja con claridad de JFK, de Oliver Stone, un film también con Kevin Costner de “hombre bueno”, pero que echaba a volar la imaginación en su teoría conspiratoria del asesinato de Kennedy. Por otra parte, Self se queda únicamente con el punto de vista norteamericano, de modo que el pensamiento soviético lo hemos de adivinar, como Kennedy y compañía.
Así las cosas, Roger Donaldson orquesta una aceptable “lección de historia”, que narra con detalle los hechos de aquellos famosos trece días. Siguiendo el esquema de Apolo 13, Donaldson crea suspense, a pesar de que se conozca cómo va a discurrir todo. Además, muestra el lado humano de los personajes, de modo que participamos de sus dudas y temores. Era inevitable contar con la estrella de turno (la película se ha hecho gracias a Kevin Costner, protagonista y productor); pero se acierta al escoger, para el resto del reparto, a rostros desconocidos para el espectador. Así se evitan las distracciones típicas de películas corales.