Si se metaboliza un triacilglicérido, ¿qué reacciones se llevarán a cabo con las estructuras formadas?
Respuestas
“Hoy las escuelas latinoamericanas tienen que vérselas con sujetos nuevos, saberes nuevos,
condiciones nuevas. Habrá que imaginar una escuela que dibuje otros contornos y otros
horizontes, con la voluntad de sostener una institución que ponga en relación con saberes
sistemáticos, que ayuden a habilitar otros futuros, que nos conecte con otros pasados y otros
mundos, pero también con la apertura para inventar, para apropiarse, para enriquecer un espacio
que, si no se renueva, si persiste en su vieja gramática, parece destinado a convertirse en ruinas, o
en lugar de pasaje que no deja huellas”
Inés Dussel (2009)
Muchas de las actividades que realizamos a diario son producto de un conjunto de
creencias, conocimientos, actitudes, experiencias, entre otros, que hemos interiorizado con
anterioridad y que determinan en gran medida nuestra forma de actuar y pensar en el mundo. En
este horizonte de posibilidades muchas de las respuestas que damos acertadamente o las variadas
estrategias que utilizamos para resolver correctamente un problema son exteriorizadas sin darnos
cuenta de la complejidad de procesos que tuvimos que pasar para realizarlas.
Es preciso reconocer la existencia de un bagaje cultural interno que provoca que
conozcamos y actuemos de forma literal. Si nuestro conocimiento se representará por un iceberg,
la parte externa sería el conocimiento explicito, es decir, el que exteriorizamos y que nos
atrevemos a discutir, mientras que la parte sumergida representaría el conocimiento tácito que no
conocemos explícitamente y que por tanto no podemos discutir.
Resulta complejo pensar en el conocimiento tácito, ya que no somos conscientes de él y
por ello podemos utilizarlo a nuestra voluntad. Esta situación se presenta de manera individual
como en conjunto; diferentes colectivos y organizaciones poseen conocimiento del cual no son
conscientes y entonces no pueden disponerlo como un activo que contribuya a mejorar su
actividad cotidiana.
Bajo esta perspectiva, el conocimiento que una organización posee hace referencia al
conjunto de expectativas, creencias, información, habilidades y saber hacer que tiene y que le
permiten situarse ante los posibles sucesos de su entorno, para que mediante un aprendizaje
dialógico se dé una respuesta efectiva, y al mismo tiempo se reconfigure su saber sistémico que
servirá de marco de actuación para los aprendizajes futuros (Gordó, 2010).
El caso de las Instituciones de Educación Superior, no es la excepción. Al ser
organizaciones complejas en su estructura y densas en su actividad colectiva e individual, la
necesidad de contar con mecanismos de sistematización de su productividad se convierte en un
eje central del quehacer cotidiano. Esta situación se agudiza para las universidades públicas
estatales, donde los recursos económicos para la generación y desarrollo de proyectos son escasos
y la generación de resultados tangibles se convierte en la única forma de medir el impacto de las
acciones. La gran ventaja de las universidades es su capital humano, las y los docentes que
conforman el colectivo académico, desde la experiencia práctica desarrollada, su habilitación y
producción, representan el principal motor que hace que la institución se mueva y crezca.