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Laura, la lámpara
Erase una vez una lámpara muy antigua, ubicada en un pequeño pueblo costero. Esta lámpara se llamaba “Laura”. El nombre se lo había puesto su primer dueña y, desde aquel entonces (hace varias décadas ya) lo conservaba con alegría.
Laura, la lámpara, tenía toda su vida brindándole energía eléctrica a aquel hermoso pueblo, en conjunto a otras pequeñas lámparas que se ubicaban a todo lo largo y ancho del pueblo.
Siempre, cuando el sol se iba a descansar de toda su jornada diaria, Laura les proveía de una hermosa claridad a todo el pueblo, llenándoles de alegría con su luz. Pero un día, sin saber que pasaba, las lámparas no encendieron.
Todas, Laura y sus amigas, tan preocupadas se preguntaban: ¿Qué sucede, por qué no podemos alumbrar y dar luz al pueblo?
Era la primera vez que en un siglo sus bombillas no alumbraban y que el pueblo quedaba a oscuras una vez que el sol se iba a descansar.
De pronto, se fue congregando la gente en la plaza del pueblo junto con el alcalde; todos preocupados por lo que sucedía. Todos se cuestionaban: ¿Cómo es posible que nos hayamos quedado sin energía eléctrica?
Muy en lo alto de una colina, de pronto pudieron divisar que una pequeña casita tenía luz.
¡Qué bueno que en aquella casita haya energía eléctrica! Pero ¿como es posible?, exclamo Laura.
Cuando se dieron cuenta de lo que sucedía; tanto el pueblo como las lámparas, entendieron que hay que tomar previsiones y ser precavidos. Que se deben cuidar y mantener los equipos que sirven para generar la energía eléctrica, pero que también es importante pensar en otras fuentes de energía alternativas, como lo paneles solares.
En razón de ello, el alcalde ordenó instalar este tipo de energía alternativa. Para ello hizo uso de los recursos naturales, tales como el sol y el viento.
Y al cabo de unos meses Laura y todas sus amigas las lámparas pudieron volver a surtir luz y claridad a todo el pueblo y mantener muy alumbrada y brillante la hermosa plaza de aquel pueblo costero.