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“La basura es dinero”, afirma Sergio Palacios Mayorga, maestro en Ciencias e investigador del departamento de Edafología en el Instituto de Geología de la UNAM. Con esto se refiere a dos situaciones: primero, si en lugar de tirar las botellas de PET, estas se guardan y después se venden a un centro de reciclaje, se puede cobrar entre cuatro y cinco pesos por kilo; y segundo, los tiraderos a cielo abierto y los rellenos sanitarios equivalen a tirar dinero a la basura.
Además del desperdicio económico, la basura contamina suelo, agua y aire. Al almacenarla en los tiraderos, el líquido lixiviado (conocido como “jugo de la basura”) se filtra en el suelo y puede llegar hasta cuerpos de agua. Por otra parte, la materia orgánica que se descompone genera biogás, compuesto en 50% por metano, el cual actúa como gas de efecto invernadero en la atmósfera.
“Basura” se refiere a la mezcla de todo tipo de desechos, en la que no existe una separación que permita reutilizarlos. Los habitantes de la Ciudad de México acostumbrábamos tirar todo en un mismo bote. Aunque en 2009 entró en vigor la Ley de Residuos Sólidos del Distrito Federal y su reglamento, la falta de educación ambiental y la inexistencia de camiones en los que se puedan separar correctamente los desechos, han propiciado que la basura se siga mezclando indebidamente.
Si no sabemos qué hacer con nuestros residuos, estos terminan formando parte de la revoltura en los rellenos sanitarios. Un ejemplo de esto es el papel de baño: es común pensar que no hay que depositarlo en el escusado porque tapa las tuberías, sin embargo, está diseñado para desintegrarse en el agua, y al tirarlo en el bote de basura provoca fecalismo, que consiste en la contaminación del ambiente a partir de la exposición a la materia fecal, explica Sergio Palacios.