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El poder real –el económico– de la sociedad colonial se hallaba en manos de las oligarquías terratenientes y comerciales hispano-criollas. La jerarquía burocrática de virreyes, gobernadores, capitanes generalas, etc., tenía la misión de proteger los intereses de España (es decir, de la Corona y el comercio de Cádiz), pero en la realidad de la colonia debía forzosamente oscilar entre esos intereses y los de las clases dominantes de la colonia; más de una vez debía aceptar sus exigencias en contraposición de los intereses de la metrópoli. Esa burocracia importada fue el único grupo social dominante en la colonia a quien la Independencia vino a liquidar.
El movimiento que independizó a las colonias latinoamericanas no traía consigo un nuevo régimen de producción ni modificó la estructura de clases de la sociedad colonial. Las clases dominantes continuaron siendo los terratenientes y comerciantes hispano-criollos, igual que en la colonia. Sólo que la alta burocracia enviada de España por la Corona fue expropiada de su control sobre el Estado. La llamada “revolución” tuvo pues, desde luego, un carácter esencialmente político. Lo que Mariátegui observó en Perú vale para toda América Latina: La revolución no representó el advenimiento de una nueva clase dirigente, no correspondió a un transformación de la estructura económica y social y fue, por lo tanto, un hecho político. Lo mismo decía Alberdi:
“Nuestra revolución ha sido política, ha cambiado el gobierno no la sociedad, que nada tenía que cambiar para ser lo que hoy es. La prueba es que conservamos los códigos civiles y coloniales”
Las clases dominantes de la colonia y los grupos flotantes que no encontraban ocupación lucrativa dentro de la estrecha estructura colonial (¡los abogados!) necesitaban contar con un Estado propio, directamente manejado por ellos, que les ofreciera ocupación. La forma de este Estado –monarquía o república– no les preocupaba demasiado, ni tampoco su relación con España, siempre que esta concediera suficiente autonomía a sus colonias y no insistiera en manejarlas exportando virreyes. Por eso durante mucho tiempo los gobiernos revolucionarios siguieron jurando fidelidad a la corona de España. Fue la dinámica de la lucha contra los agentes de la monarquía española, empeñados en retornar al estado anterior a 1810, la que condujo a la proclamación de la independencia
La colonia significaba “la nación gobernada por otro país y para otro país”. O sea, teniendo en cuenta ante todo los intereses de la Corona y del comercio de las ciudades privilegiadas.
“El poder imperial español tuvo siempre una actitud de desconfianza hacia el surgimiento de grupos sociales privilegiados muy poderosos en América”.
Por eso, más de una vez las antiguas oligarquías coloniales chocaban con los representantes de la Corona.
Los levantamientos y cruentas guerras civiles que siguen, en varias colonias, a las aplicaciones de las Leyes Novas –siglo XVI–
“son el testimonio inequívoco de la existencia de oligarquías locales poderosas cuyos intereses económicos los llevan a exigir la más extrema autonomía política”.
La vida colonial estuvo repleta de conflictos entre las oligarquías locales y la Corona y fue cualquier cosa menos una “siesta”.
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