Respuestas
El término metafísica µετά τά φυσικά (lo que viene después de la Física, del libro de Aristóteles) fue el nombre otorgado por Andrónicos de Rodas, en el siglo I antes de Jesús Cristo a las diversas obras de la filosofía primera de Aristóteles en la primera compilación y edición del Corpus aristotelicum. En un sentido más amplio, metafísica es la indagación filosófica de la naturaleza, constitución y estructura de la realidad. Tiene un alcance más extenso que el de la ciencia, la física, por ejemplo, e incluso que la cosmología (la ciencia de la naturaleza, estructura y origen del universo como un todo), debido a que entre sus propósitos habituales se encuentra el de la existencia de entidades no físicas como, por ejemplo, Dios. Además posee un atributo más esencial, ya que investiga interrogantes que la ciencia no afronta pero cuyas respuestas reconoce.
Un cambio se opera en la forma de entender la metafísica con Heidegger. Su concepto de Ser es distinto al de la metafísica y es diferente a la ciencia del ente en cuanto tal destinada a analizar cualquier cosa que sea real.
Con la expresión muerte de la metafísica se acostumbra, en primer lugar, referirse a la tesis heideggeriana sobre el final (en sentido terminante) de la metafísica como onto-teo-logía, palabra, que a su vez, abrevia los objetos de la metafísica (Dios y lo ente) desde Platón hasta Nietzsche. Entre 1936 y 1940, Heidegger imparte sus célebres lecciones sobre Nietzsche donde la filosofía de este último es pensada como “consumación” de la metafísica occidental. En esta terminación, la metafísica descubre, a opinión de Heidegger, su propia «esencia»: el nihilismo, es decir, un “permanecer fuera del ser en cuanto tal”. Después de la “inversión” nietzscheana (lo suprasensible se transforma en mero producto de lo sensible, carente de “fundamento”), a la metafísica sólo le tocaría pervertirse y desnaturalizarse. Para Heidegger la noción nietzscheana de “voluntad de poder”, entendida como “voluntad de voluntad” es el enunciado superior y consumado de la comprensión de la metafísica occidental como nihilismo: la “esencia” de lo ente no señala al ser, sino a una voluntad sin fundamento. Esta voluntad no se objetiva, como quiso Nietzsche, en la transvaloración de todos los valores, sino en la técnica, donde es suprimida completamente la diferencia ontológica y el ser de los entes aparece como total voluntad de dominio técnico del mundo.
En efecto, ya que el ser ha desempeñado su “destino” como metafísica consumada, la labor del pensar no reside en reelaborar los problemas y conceptos propios de la disciplina acabada, ni mucho menos concebir un nuevo lenguaje metafísico. Se trata, ahora, de dejar que “acontezca” el ser en el seno del lenguaje que es, al mismo tiempo, “la casa del ser y la morada de la esencia del hombre”.
Si el lenguaje de la metafísica es el lenguaje del “olvido del ser”, la misma noción de «escritura» (como encargada del “sentido” del ser) pertenece a esa historia. No habría, pues, posibilidad alguna de restaurar de modo trans- o post-metafísico forma alguna de discurso sobre el Ser, en tanto ello obligaría, de un modo u otro, a servirse de estrategias discursivas emplazadas en la estructura de la escritura o lo escriturario. Cabría concebir la tarea de la filosofía no como la “destrucción” de una tradición arraigada en la comprensión del ser como el ser de lo ente, sino, más bien, como la ejercicio de destruir el espacio mismo donde dicha comprensión es posible, lo que Derrida llama “presencia”. La liquidación del logocentrismo o “metafísica de la presencia” establecería la sola “metafísica” posible: gramatología, desconstrucción, diseminación o, sobre todo, différance o diferenzia (“escritura sin presencia y sin ausencia, sin historia, sin causa, sin arkhe, sin télos, escritura que descompone absolutamente toda dialéctica, toda teología, toda teleología, toda ontología”).
Se extiende la problemática postmetafisica en la filosofía de Vattimo. La idea heideggeriana de la verdad como libertad (apertura a un horizonte infinito de adecuación) puede entenderse como una “pietas relativa a aquello que hemos recibido en herencia”. Esta pietas “pone las bases de una posible ética, en la que los valores supremos serían las formaciones simbólicas, los monumentos, las huellas de lo vivo”, una ética de “bienes” antes que de “imperativos” morales. Evocando el motto benjaminiano del Angelus novus del pintor Paul Klee, Vattimo considera esta ética de “ontología débil”: la pietas por los despojos los restos de lo que un día fue legado “es el único verdadero motivo de revolución, más que cualquier proyecto presuntamente legitimado en nombre del derecho natural o del curso necesario de la historia”. Esta ontología, en suma, equivaldría “a acompañar el ser en su ocaso y preparar así una humanidad ultrametafísica”.